lunes, 29 de noviembre de 2010

Siempre queda un hueco para la Navidad

Era la tercera vez que a David le sonaba el móvil, y todos los que quedaban en las oficinas de RENFE esa tarde del  5 de Enero se giraban siempre con mala cara  y el jefe no hacía más que enviarle miradas de enfado.
-“Cariño, pídele otra vez al jefe que te deje esta noche libre, que  los niños quieren que vengas algún año a la cabalgata con nosotros, cámbiale el turno a algún compañero, es que también es casualidad que todas las noches de reyes te toque trabajar”.
-“Ya lo sé, y sabes que me encanta la cabalgata, pero no puedo saltarme trabajo, justo ahora no,  que no estamos para perder dinero”.
Y como otro año más Ana llamó a sus padres para que fueran con ella y los niños a la cabalgata, no entendía como a David no le hacía ilusión acompañarles y vivir todos juntos ese momento. Y además los niños se hacían mayores y dentro de poco se acabaría la ilusión por la cabalgata, los reyes, las carrozas. No entendía nada, David siempre le decía que esa era la parte que más le gustaba de las navidades, más que los regalos y las fiestas, con lo que de verdad disfrutaba era viendo pasar a los tres reyes en sus carrozas y recuerda como les miraba como si fueran las mejores personas del mundo, todas las navidades se enfadaba con los niños cuando veía que lo único que les importa de ese día eran los regalos, los juguetes, los videojuegos y todos los años  recordaba que antes las cosas no eran así, que él vivía ese día de otra manera, le encantaba el misterio y el insomnio de la noche de reyes cuando se quedaba despierto, por si, con suerte oía a los reyes magos entrar por su ventana, y sobretodo recordaba el nerviosísimo que sentía cuando cruzaba el pasillo y se asomaba despacio al salón donde por arte de magia estaban esos regalos, quizás era por eso por lo que no había vuelto a la cabalgata desde los 10 años, porque no le gustaba el nuevo modo de ver las navidades, y el modo de verlas por los niños de hoy en día.
 Así que allí estaba ella, sola, poniéndoles las bufandas a los niños para que no pasaran frío, vigilándoles en el metro para que no hicieran ninguna tontería y cuidándoles para que no se perdieran entre toda la gente que, como ellos esperaban en la calle para el gran momento. Además llevaba toda la tarde escuchando lo mismo “¿Dónde está papá?” “¿Por qué no ha venido papá?” “Los reyes se van a portar mal con papá por no haber venido a verles”
Después de que pasaran todas las carrozas, caballos y payasos llegó el gran momento, Y, escondidos detrás de la corona y la barba blanca de Melchor vio unos ojos que la miraban fijamente, era su marido, y al fin entendió ese sentimiento que él siempre contaba, en el que, miraba  a los reyes como si fueran las mejores personas del mundo, por muchos problemas que estuvieran teniendo parece que en el fondo siempre queda un hueco para la Navidad.

Pilar Sainz Dolado
4º ESO




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