lunes, 29 de noviembre de 2010

El mayor secreto



Gonzalo es un niño que tiene 9 años.  Vive en una familia en la que siempre se ha celebrado la Navidad por todo lo alto. Gonzalo siempre esperaba como agua de mayo estos tiempos para recibir todos sus regalos y ver a su familia unida, ya que es la única época en la que toda la familia se reúne. Es un niño que siempre ha vivido la Navidad con mucho ímpetu y alegría. Le encantaba pasear por las calles para observar el decorado, no se perdía una cabalgata, hacía su carta correspondiente y la echaba en el buzón y tenía una única manía: el 5 de enero por la noche, limpiaba sus zapatos y dejaba comida y agua para los Tres Reyes Magos y a sus respectivos camellos, y se iba a dormir a las 10 en puntos porque pensaba que si se dormía más tarde, los Reyes no pasaría por su casa.

Pero un día, los padres de Gonzalo pensaron que era un buen momento para contarle la verdad, ya que tenía una buena edad para saberlo. Cuando se lo contaron, a Gonzalo se le cayó el mundo encima. No supo cómo reaccionar y lo único que salió por su boca fue: “eso no puede ser verdad, yo los he visto”. Es lo típico que dice un niño cuando se entera y no quiere creer la realidad.

Después de esta mala noticia, Gonzalo se tumbó en su cama y empiezó a analizar lo que le habían contado sus padres. Él siguió sin dar crédito y se dijo para sí mismo: “¡Que morro tiene mi madre que me hizo limpiar los zapatos durante un montón de años!”-dijo indignado. Pero empezó a recordar un sueño que tuvo la anterior noche, en el que aparecían unos duendecillos que le querían transmitir algo. Recordaba vagamente lo que le querían decir. Era algo como…”mañana recibirás una mala noticia pero el 6 de enero serás recompensado”. Gonzalo le daba vueltas a la cabeza intentando buscar un significado pero no lo conseguía entender, y se decía a sí mismo muy enfadado: "¿Qué hay en este mundo que te pueda compensar de que no existan los Reyes Magos?". Y después de varios minutos dijo: “Bah, era solo un sueño”, y se durmió.

Llegó el 5 de enero y Gonzalo se despertó muy malhumorado. Había decidido no seguir el juego. Ni asistió a la cabalgata, ni limpió los zapatos pero sí se fue a la cama a las 10, ya que tenía un presentimiento de que algo bueno iba a suceder, pero no sabía todavía el qué.
Llegó el gran día. Gonzalo abrió los ojos esperando encontrarse la habitación llena de regalos como todos los años, pero no fue así. Al lado de sus zapatos solo había un libro, una bufanda y una mochila. Muy triste se dio la vuelta intentando volver a dormirse, pero algo llamó su atención, ¡sus zapatos estaban limpios! Se dio la vuelta para mirar los zapatos y algo le sorprendió. Dentro de sus zapatos impecablemente limpios algo brillaba con mucha intensidad. Se frotó los ojos. Pensó que todo era un sueño, pero seguía viendo las luces con los ojos cerrados. Era una luz tan brillante que cegaba sus ojos. Empezó a sentir una sensación entre miedo y curiosidad, y con los ojos muy abiertos volvió a mirar los zapatos. Efectivamente, había tres luces. Se llenó de valor e intentó tocarlas pero las luces se le escapaban entre los dedos. “¿me estaré volviendo loco? Ahora me parece oír unas voces”- dijo murmurando.

-        -- Gonzalo, Gonzalo, estamos aquí.

Gonzalo atónito se tapó fuertemente con las sábanas.

-        -- Gonzalo, Gonzalo que estamos aquí - dijo la voz más fuerte.

Gonzalo pensó que él no era un cobarde y decidió levantarse de la cama y acudir hacia donde oía las voces. Al bajarse de la cama, algo le tiró del pantalón del pijama. Gonzalo miró para abajo y al lado de cada luz se encontraban tres duendecillos. Gonzalo dio un salta hacia atrás.

-       -- ¡No te asustes Gonzalo! - le dijo uno duendecillo con voz muy cariñosa. - Venimos a traerte lo que te prometimos: los tres mejores regalos que recibirás en tu vida.

Gonzalo se agachó colocándose al lado de los zapatos y de los duendecillos. Uno de los duendes cogió una de las tres luces y se la colocó en la mano, diciéndole: “Soy el duendecillo de la paz, y este es mi regalo. Tendrás paz durante toda tu vida. Aprenderás a ser compasivo, humilde y a tener un corazón puro. Este es mi don”. Inmediatamente, otro duendecillo le colocó la segunda luz en sus manos.” Yo soy el duendecillo del amor. Te concedo el don de amar y ser amado. Para esto tendrás que dejar de ser egoísta. Amarás mucho para que te amen los demás. Es el don más preciado en esta vida. Nunca lo olvides”. Por último, el tercer duendecillo saltó a sus manos. Colocó la luz y le dijo: “Yo soy aquél, el de la sabiduría. Con este don diferenciarás el bien y el mal y comprenderás los errores de los demás y a no cometerlos tú, aprendiendo de tus propios errores”. Después de esto, los duendes desaparecieron, no sin antes advertirle que los dones que le habían sido concedidos tenía que ganárselos día a día, sino desaparecerían.

Gonzalo salió corriendo a la habitación de sus padres. Según corría, su enfado y su tristeza iban desapareciendo. Corrió a abrazar a su madre y con lágrimas en los ojos dijo: “Estas Navidades han sido las mejores de mi vida. Aunque sé que no existen seguiré creyendo en los Tres Reyes Magos.

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