lunes, 29 de noviembre de 2010

Cuento de Navidad



Es fascinante tener la posibilidad de mirar al cielo y saber que incluso el infinito puede ser tuyo solo con cerrar los ojos y soñar. Soñar, imaginar y crear. Él lo hacía a menudo. Su carácter sosegado le hacía quedarse quieto mirando abstraído las flores crecer en primavera, el sol refulgir en verano, las hojas de lustrosos colores caer al suelo para cambiar su tonalidad en otoño y los copos níveos deslizarse junto al viento en inverno. La fogosidad de sus sueños a veces resultaba tan extrema, que le hacía confundir lo real con lo irreal, porque para él, el límite entre ellos era tan endeble que podía ser incluso traspasado a tientas.

Esa noche álgida de uno de esos inviernos sin piedad, en los que cuando el viento roza tu cara lo sientes como si de una estaca de hielo se tratase, él miraba por la ventana. Era ajeno a todos esos ruidos que estaban siendo producidos por su familia al abrir cajas ycajas de decorados que volvían a contar la misma historia de todos los años, influida por la globalización que estaba acostumbrada a embaucar y encandilar todos los años a miles de personas que no pueden ver más allá de lo tangible y terrenal de la Navidad. Pero incluso él, que podía incluso apreciar aquellos detalles imperceptibles para la mayoría y creía llegar a entender el significado más profundo de lo inmaterial; incluso él, en el fondo y a su pesar, no sabía qué era la Navidad.

Por lo tanto, para comprender aquello que no llegaba a entender, quiso preguntar. Pero sabía que las repuestas no las encontraría ni siquiera en su locuaz madre, ni que las encontraría bajo aquel techo, en ese momento cubierto por una fina y ligera capa de nieve, ni sobre ese suelo que sostenía los cimientos de los que algunos llaman hogar. Por eso, hizo lo que mejor sabía hacer, cerró los ojos y se puso a imaginar lo que sin duda alguna le llevaba a crear.

Abrió la ventana por la que tanto tiempo había estado mirando, e ignorando el desagradable chirrido que esta produjo al entreabrirse, saltó a la gélida nieve que cubría los alrededores de la vieja casa. Iba descalzo, pero no sentía frio; y aunque únicamente vestía un fino pijama de pequeños puntos de lánguidos colores el viento invernal no conseguía inmutarle. Caminaba paulatinamente, tomándose su tiempo para observar, para intentar entender. De repente, estando absorto en unos pensamientos que le ensimismaban, tropezó con una pequeña piedra negruzca y erosionada, que mostraba que el tiempo también pasa para ella y que los años la estaban consumiendo como si de una vela se tratase. Él pensó que estando la piedra tan vieja y habiendo estado aprendiendo del mundo tanto tiempo como lo había hecho, seguramente sabría algo de la Navidad, por eso decidió preguntarla. La piedra contestó: “La Navidad es generosidad, la generosidad es dar sin esperar nada a cambio, aunque a veces saber dar es más difícil que saber recibir, es dar antes de que se nos pida; como hace el agua, indirectamente nos da la vida y no espera nada a cambio, pregúntale a ella, seguro que sabe qué es la Navidad”.

Al cabo de unos minutos de su pausada marcha, llegó a un pequeño arrollo en cuya superficie había pequeños trozos de hielo que le daban un aspecto frígido. Se acercó lentamente, como si le temiese. Cuando ya estuvo lo suficientemente cerca para sentir temor por caer accidentalmente, se arrodilló y rozó con la yema de los dedos el agua que estaba siendo arrastrada por la fuerza colosal de la corriente. Sintió como el vello de sus brazos se erizaba con el contacto del agua, y con voz atemorizada debido a su carácter acoquinado, preguntó al agua que qué era la Navidad. Al oír esta su pregunta, la corriente hizo que el agua se moviera de forma vehemente, y que la voz que le contestase fuese tan enérgica que incluso hiciese temblar el suelo. El agua contestó: “La Navidad es solidaridad, es ayudar y poner tus capacidades al servicio de los demás. Hay que unirse no para estar juntos, sino para hacer algo juntos. Los árboles rebosan de solidaridad, nos cobijan cuando los sofocantes rayos del sol inciden con demasiada fuerza, sirven de casa para aquellos animales que necesitan un hogar, incluso te ayudan a ti a decorar tu salón en Navidad. Sí, seguramente ellos sepan más de la Navidad que yo, pregúntale a un árbol”.

Por lo que el niño siguió caminando hasta que su cuerpo cansado y exhausto le pidió un descanso. No muy lejos divisó un gran árbol que descollaba entre los demás por ser el único que mostraba hojas verdes y al que el invierno no le había despojado de su vestimenta. Se aproximó velozmente al robusto tronco de madera color ocre que sostenía el peso de la descomunal copa verdosa, y se sentó junto a él, apoyando sus azafranados cabellos en la corteza. Entonces fue cuando se le ocurrió preguntar al árbol si sabía algo de la Navidad. Y, mediante una musical y melódica voz este le contestó: “La Navidad es honestidad, es actuar siempre con la verdad y con la justicia; las nubes son honestas, mediante su color nos avisan si la lluvia puede caer sobre nosotros o si solamente están dando un paseo por el eterno cielo. Pregúntale a las nubes, seguro que ellas saben lo que es la Navidad.”

El pequeño niño estaba alborozado gracias al saber que le estaban otorgando y ávido de poder entender finalmente que era la Navidad, pues su corazón le decía que cada vez estaba más cerca. No obstante, pese a que había llegado muy lejos un obstáculo llamaba fuertemente a su puerta, no sabía cómo llegar hasta las nubes. Su ansiedad comenzó a engrandecer y por un momento su talante sosegado pareció transformarse en un temperamento impetuoso e impaciente. Súbitamente, una nube blanca bajó del cielo; él se acercó desconfiado y antes de subirse acaricio la nube que era tan suave que parecía de algodón. Se subió encima vertiginosamente y de manera aun más veloz, la nube le llevó hasta el cielo, desde donde todo se veía tan pequeño que parecía de juguete. En un espacio donde las nubes gozaban de tanta libertad que les era posible desplazarse a donde deseaban, él se figuro que las nubes habrían sido capaces de aprender en algún lugar qué era la Navidad. Decidió preguntárselo a la nube más pequeña, que era de un color relativamente más grisáceo que las demás. Esta le contestó: “La Navidad es perdonar, perdonar es el valor de los valientes, es mejor saber perdonar que perderlo todo por una tontería. Mira el sol, sabe perdonarnos a nosotras, las nubes; que le tapamos y ocultamos en numerosas ocasiones, e impedimos que sus ardorosos rayos lleguen con facilidad a la Tierra. Pregunta al sol que debe de saber qué es la Navidad”.
El niño se agarró firmemente de uno de los rayos emitidos por el rutilante sol, y este le llevó lo más cerca que pudo de aquella bola de fuego que desde la Tierra se veía como un esplendoroso circulo amarillento cuya periferia formaba una hermosa circunferencia anaranjada. Tenía que mantener los ojos cerrados ya que la luz era increíblemente cegadora, e incluso se introducía por la comisura de sus parpados lo que le producía una incomodidad constante. Finalmente se decidió a formular su pregunta al sol, por el cual era intimidado. Su voz era grave y áspera y estaba cargada de un sentimiento de seguridad y firmeza que era incapaz de pasar inadvertido. “La Navidad es amor, y el amor conquista todas las cosas. El amor es sentir, sentir el amor. El amor es desear ser amado. El amor es pedir ser amado. El amor es saber que podemos ser, darlo todo por otra persona. Amor es generosidad, es honestidad, es solidaridad, es saber perdonar, amor es Navidad.”

Entonces, una suave y sutil ráfaga de viento cálido y armonioso, envolvió al niño y le fue alejando lentamente del sol, dejando más tarde atrás a las nubes para llevarle a la ciudad, donde la gente se movía de forma caótica y confusa. Salían de grandes y voluminosos almacenes cargados de abundantes bolsas que contenían desde los más portentosos regalos a los más simples detalles; envueltos con papeles minuciosamente elaborados y decorados con imponentes siluetas y formas descritas de forma muy escrupulosa. Otros llevaban cajas que contenían numerosas exquisiteces navideñas, mientras que algunos niños se dejaban llevar por inocencia y simplicidad y jugaban con la nieve que solamente se dejaba ver durante estos gélidos y frígidos meses de invierno.
El niño miraba toda esta farsa y caótica situación desde lo alto, y en ese momento, su único deseo fue que ellos también pudieran entender algún día qué es la Navidad y su única aflicción, no poder enseñárselo él mismo.

De repente todo fue mucho más rápido. Se empezó a mover a velocidades inverosímiles e inconcebibles movido por el recio viento que súbitamente había comenzado a soplar. La ciudad, el campo, el árbol, el arrollo, incluso la piedra, y ya estaba en casa. Esa noche álgida de uno de esos inviernos sin piedad, en los que cuando el viento roza tu cara lo sientes como si de una estaca de hielo se tratase, él miraba por la ventana. Era como si se hubiese despertado otra vez de unos de sus sueños, poblados por seres fantásticos y vanas ilusiones. Pero no, esta vez no había sido así. Se levantó un momento para cerrar la ventana chirriante que aun seguía entreabierta. Navidad, algo que pocos entendían y muchos celebraban; sí, la dulce y blanca Navidad. Y la verdad es que cualquiera que le conociese y al que contase su aventura no se lo creería; pensaría que es otra de esas fantasías de aquel niño tímido, huidizo y de sueños utópicos. Pero no, esta vez no era así; simplemente porque nunca olvidaría la sensación que había recorrido su cuerpo cuando había estado tan cerca del cielo que había tenido la posibilidad de tocarlo.

Lucía López.
4º ESO.

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