martes, 21 de diciembre de 2010

Unas navidades raras

Había un vez un yo, o, en otras palabras, un árbol de navidad. Era el más bonito de todos los arboles. El más elegante. Todas las navidades se sacaba el grandioso árbol para ser adorado.

¡Por fin! Sería el gran día que llevaba esperando todo el otoño, primavera y verano… Unos cuantos meses que se diga. Por fin notaba que unas manos suaves tocaban mis hojas verdes, notaba que me sacaban de esa antigua caja llena de polvo. Cómo me enganchaban mis tres partes del tronco. Me llevaron del trastero al jardín y del jardín me arrastraron hasta… hasta… ¿Dónde estoy? ¡Esto no es mi salón! No, no puede ser, el salón donde yo había estado era de color rojo, tenía unas cortinas limpias con unos estampados de flores que adornaban esos sofás con rombitos que tanto me gustaban. Pero, por desgracia, no me encontraba en ese lugar tan afortunado, me encontraba en un “salón” sin cortinas con todo el suelo cubierto de un papel lleno de polvo y trozos de pintura seca tirada en el suelo, las paredes cubiertas por un gris feo, pero muy feo; menos una, que estaba tapada con un trozo de madera. Los muebles estaban cubiertos de plástico y había muchas herramientas desordenadas esparcidas por toda la habitación que parecían inútiles. ¡Era desagradable solo de mirarlo! No solo eso sino que encima hacía frío, mucho frío. Encontrarse en ese sitio tan horrible me hacía tener un vacío por dentro. Estaba muy triste, al principio creía que solo iban a ser un par de días, pero pasaban las semanas, y no me sacaban de ese sitio…

Siempre había sido el centro de atención. ¿Qué pasaba ahora? ¿Por qué me habían llevado ahí? ¿Por qué ya no me querían? ¡Yo siempre había sido el más admirado en navidad, el más querido! La gente me adoraba. Pero estas navidades tenía la sensación de que iban a ser diferentes, aunque todavía no habían llegado las navidades tenía toda la pinta. Nadie me prestaba atención… Ni siquiera me miraban. En casa, bueno, en el salón, sólo había unos obreros que venían solamente para fastidiarme, levantarme pronto por las mañanas, llenarme de polvo mis preciosas hojas de color verde y dar horribles martillazos a la pared que me mareaban.

Los echaba de menos, mi amigo el belén con la mula y el buey, la virgen que era tan dulce, el niño Jesús, que cada vez que se reía conseguía sacarme toda la felicidad que tenía por dentro… sí… me acuerdo de mi estrella, esa bonita y brillante estrella que me favorecía trillones. Y esas luces que hacía que me prestaran más atención y hacía que la gente de alrededor fuera feliz sólo de verme. Me acuerdo de mi adorno de navidad favorito: el ángel, con esa cara perfecta, esas alas brillantes y ese vestido tan delicado. Lo echaba de menos todo… Me estaba preguntando dónde estarían y cómo estarían, cuando oigo a dos personas discutir. Esas personas me sonaban, su voz, sus suspiros, sus gritos. Empecé a pensar. ¡Esas personas eran mis dueños! Caí en la cuenta de que se peleaban por las obras que estaban haciendo en su salón y que les arruinaría la navidad. Que habían invitado a hacer una fiesta en navidad y no podía estar así. ¡Qué alegría! Seguro que acabarían antes de navidad. Mi dueña es muy estricta y cabezota.
Pasaron los días. Escuché cómo cerraban la puerta de un portazo. Parecía que la casa se había quedado en silencio. Pasó una semana. ¡La casa llevaba en silencio una semana ya! Era triste. No se oía nada. Me sentía solo. Tenía miedo. Además hacía mucho frío porque estaba casi en plena calle, porque, como habían destrozado toda la pared, sólo había una tabla de madera cubriéndola. Mientras pensaba en todo esto escuché como la tabla se caía y venían 5 hombres con aspecto sucio y con piercings. Uno llevaba una coleta, otro una Cresta, otro el pelo rojo, otro lo llevaba rapado, y el último, llevaba el pelo cortito y teñido de colorines. Me tiraron al suelo y me destrozaron unas cuantas ramas. Estuvieron en casa metidos como unos 10 minutos. Finalmente se fueron, con algunas cosas en la mano. Me habían destrozado mis preciosas ramas, estaba hecho polvo. Estaba tirado en el suelo. Me sentía débil e inútil.

Al cabo de unas horas escuché girar la llave de la puerta. Eran los señores de la casa. Entraron al salón. ¡Por fin les vi! Eran iguales que las navidades pasadas sólo cambiaba una arruga más que otra y algunas canas más, lo demás era idéntico. Me hacía gracia, porque, cuando les vi, fue el último momento que sentí que estaba en mi casa. Les noté asustados y muy agobiados. Creo que era porque habían notado la presencia de estos chicos en la casa. Me pusieron de pie. Me trasladaron a un hall pequeño, pero bonito. Me colocaron algún adornillo que otro, pero ninguno era mi preferido. Para ser sinceros eran todos bastante feos. Al parecer, según de lo que me enteré cuando hablaban delante de mí, era que mañana sería navidad. ¡Qué ilusión! Por fin llegaría el gran día de felicidad. Como tenía una ventana a la derecha, podría ver como anochecía y amanecía. ¡Era precioso!

Me quedé toda la noche pensando en cómo sería el gran día, cuando abrieran los regalos, y cómo de grandes estarían los niños…

Por la mañana, muy temprano vi a los niños porque iban a desayunar, para ir a la cocina había que pasar por el hall en el que me encontraba. Se pararon a mirarme ¡que detalle por su parte!, pero me llevé una gran decepción cuando exclamaron: ¡Que feo está este año el árbol! Y se fueron.

Les volví a ver cuando salieron por la puerta, iban muy arreglados el chico iba con corbata y todo. Y la chica con un vestidito rosa. No volvieron hasta por la noche. Estaba esperanzado de que por la noche pasara algo. Pero mis esperanzas se derrumbaron. No pasó nada. Me suponía que los regalos estaban en la casa donde habían estado todo el día.

A la mañana siguiente me desmontaron y me colocaron en la misma caja de todos los años. Otra navidad pasada. ¡No me lo podía creer! ¡Todo lo que había sufrido para nada! Otro año más, ¡Tenía que esperar otro año más! ¡Estas han sido las peores navidades! Espero que el año que viene no sea igual.

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