Esa Navidad sólo había pedido un regalo en mi carta a los Reyes Magos, y no era porque no quisiese más cosas, sino porque quería demostrarles a todos mis compañeros que son estas personas míticas los que cada año nos dejan los regalos que con ilusión hemos pedido y no los padres. Por lo tanto, mi único regalo debía ser muy especial, algo que no estuviera al alcance de una persona normal.
Estuve pensando mucho tiempo qué pedir, y justo cuando estaba haciendo mi examen de lengua se me ocurrió el regalo perfecto que siempre había deseado: ¡poder parar el tiempo!
La literatura es una asignatura que nunca se me ha dado muy bien y en medio de aquel examen me quedé en blanco. Deseé con todas mis fuerzas parar el tiempo para poder sacar el libro sin que nadie se enterase, escribir todas las respuestas, volver a guardarlo y descongelarlo para entregar el examen. Parar el tiempo era la solución a todos mis problemas, o eso creía.
Llegó el día de reyes. Primero fuimos toda la familia a la cabalgata; después tomamos churros con chocolate y al caer la noche, ya con las cartas enviadas por mi madre a los Reyes Magos de Oriente, nos fuimos a dormir.
La noche de reyes siempre me costaba mucho dormir, pensando si habría sido lo suficientemente buena como para me trajeran todos regalos que había pedido. Sin embargo, ese año no fue así, pues estaba tan segura de se me concedería lo que había pedido, que me dormí al segundo de meterme en la cama. Al despertar, todos mis hermanos fueron corriendo a ver los regalos que estaban junto a sus zapatos, pero yo no me apresuré tanto: llegué al salón con paso lento, me agaché sobre mi zapato y en él encontré una notita al lado de una muñeca preciosa que decía así:
“Querida amiguita:
Te hemos concedido el deseo que nos has pedido, de forma que durante este año siempre que lo desees podrás parar el tiempo a voluntad. No obstante, te queremos advertir que este regalo no ayudará a resolver todos tus problemas, como tú misma podrás comprobar. Además, te hemos traído esta muñeca que esperamos te guste, porque es muy probable que el otro regalo te decepcione.”
Al leer la carta pensé que los sabios reyes de Oriente, después de todo, no eran tan sabios, pues estaba convencida de que con mi nuevo don podría resolver todos mis problemas con los estudios, además de permitirme realizar otras muchas cosas.
Al principio no sabía cómo se paraba el tiempo, pero con paciencia empecé a controlar este don. Al poco tiempo, podía parar a todas las personas del planeta, todos los relojes del mundo (excepto el mío, claro), incluso el movimiento de todo el universo sólo con pensarlo en mi cabeza. No me di cuenta de lo que había pedido hasta que lo tuve, ¡menudo regalazo!
En los primeros meses no utilicé mucho el don, sólo unas 4 ó 5 veces y para cosas muy cotidianas, como mirar las soluciones en el libro mientras hacíamos un examen, evitar que se me cayese un vaso de cristal al suelo, para no perder el bus de vuelta a casa. Pero el don tenía algo adictivo y cada vez me costaba más refrenar el deseo de parar el tiempo.
Cuando llegó el verano, podía pasarme días y días durmiendo y al despertar no había pasado ni un minuto; ya no estudiaba nunca, total, podía sacar el libro en el examen las veces que quisiese; ya no tardaba horas y horas en arreglarme, mi padre no me tenía que esperar ni un segundo, pues los congelaba a todos hasta que salía del baño arregladísima. Era un lujo, mi tiempo real sólo lo empleaba para divertirme.
No me di cuenta de todo lo que había perdido, hasta que volvió a llegar el invierno, no había obtenido los conocimientos que todos mis compañeros a base de estudiar habían conseguido, me había vuelto una vaga y una egoísta, el propósito de pedir este regalo se me había olvidado; sólo utilice mi don para mí, sin compartirlo o ayudar con él a nadie; y lo peor era que, como mi tiempo no se paraba, yo seguía haciéndome mayor y ahora aparentaba casi 15 cuando en realidad tenía 13 recién cumplidos.
Las siguientes navidades decidí que sólo pediría un regalo a los Reyes Magos, o mejor dicho, esta vez iba a pedir que me quitasen el don que el año anterior me habían dado, pues no lo podía controlar y tampoco había resuelto mis problemas con los estudios, pues seguía siendo una ignorante de tomo y lomo.
Volviendo la vista atrás, no me arrepiento en absoluto de haber podido parar el tiempo a pesar de sus posteriores consecuencias, pero ahora me doy cuenta de que el verdadero regalo que me hicieron fue la gran lección de que el tiempo es oro.
Estuve pensando mucho tiempo qué pedir, y justo cuando estaba haciendo mi examen de lengua se me ocurrió el regalo perfecto que siempre había deseado: ¡poder parar el tiempo!
La literatura es una asignatura que nunca se me ha dado muy bien y en medio de aquel examen me quedé en blanco. Deseé con todas mis fuerzas parar el tiempo para poder sacar el libro sin que nadie se enterase, escribir todas las respuestas, volver a guardarlo y descongelarlo para entregar el examen. Parar el tiempo era la solución a todos mis problemas, o eso creía.
Llegó el día de reyes. Primero fuimos toda la familia a la cabalgata; después tomamos churros con chocolate y al caer la noche, ya con las cartas enviadas por mi madre a los Reyes Magos de Oriente, nos fuimos a dormir.
La noche de reyes siempre me costaba mucho dormir, pensando si habría sido lo suficientemente buena como para me trajeran todos regalos que había pedido. Sin embargo, ese año no fue así, pues estaba tan segura de se me concedería lo que había pedido, que me dormí al segundo de meterme en la cama. Al despertar, todos mis hermanos fueron corriendo a ver los regalos que estaban junto a sus zapatos, pero yo no me apresuré tanto: llegué al salón con paso lento, me agaché sobre mi zapato y en él encontré una notita al lado de una muñeca preciosa que decía así:
“Querida amiguita:
Te hemos concedido el deseo que nos has pedido, de forma que durante este año siempre que lo desees podrás parar el tiempo a voluntad. No obstante, te queremos advertir que este regalo no ayudará a resolver todos tus problemas, como tú misma podrás comprobar. Además, te hemos traído esta muñeca que esperamos te guste, porque es muy probable que el otro regalo te decepcione.”
Al leer la carta pensé que los sabios reyes de Oriente, después de todo, no eran tan sabios, pues estaba convencida de que con mi nuevo don podría resolver todos mis problemas con los estudios, además de permitirme realizar otras muchas cosas.
Al principio no sabía cómo se paraba el tiempo, pero con paciencia empecé a controlar este don. Al poco tiempo, podía parar a todas las personas del planeta, todos los relojes del mundo (excepto el mío, claro), incluso el movimiento de todo el universo sólo con pensarlo en mi cabeza. No me di cuenta de lo que había pedido hasta que lo tuve, ¡menudo regalazo!
En los primeros meses no utilicé mucho el don, sólo unas 4 ó 5 veces y para cosas muy cotidianas, como mirar las soluciones en el libro mientras hacíamos un examen, evitar que se me cayese un vaso de cristal al suelo, para no perder el bus de vuelta a casa. Pero el don tenía algo adictivo y cada vez me costaba más refrenar el deseo de parar el tiempo.
Cuando llegó el verano, podía pasarme días y días durmiendo y al despertar no había pasado ni un minuto; ya no estudiaba nunca, total, podía sacar el libro en el examen las veces que quisiese; ya no tardaba horas y horas en arreglarme, mi padre no me tenía que esperar ni un segundo, pues los congelaba a todos hasta que salía del baño arregladísima. Era un lujo, mi tiempo real sólo lo empleaba para divertirme.
No me di cuenta de todo lo que había perdido, hasta que volvió a llegar el invierno, no había obtenido los conocimientos que todos mis compañeros a base de estudiar habían conseguido, me había vuelto una vaga y una egoísta, el propósito de pedir este regalo se me había olvidado; sólo utilice mi don para mí, sin compartirlo o ayudar con él a nadie; y lo peor era que, como mi tiempo no se paraba, yo seguía haciéndome mayor y ahora aparentaba casi 15 cuando en realidad tenía 13 recién cumplidos.
Las siguientes navidades decidí que sólo pediría un regalo a los Reyes Magos, o mejor dicho, esta vez iba a pedir que me quitasen el don que el año anterior me habían dado, pues no lo podía controlar y tampoco había resuelto mis problemas con los estudios, pues seguía siendo una ignorante de tomo y lomo.
Volviendo la vista atrás, no me arrepiento en absoluto de haber podido parar el tiempo a pesar de sus posteriores consecuencias, pero ahora me doy cuenta de que el verdadero regalo que me hicieron fue la gran lección de que el tiempo es oro.
María Escribano. 3º ESO B.
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