“Había una vez hace poco, pero que muy poco tiempo en un país muy cercano un niño llamado Des”.
Llegado a este punto dejé de leer. ¿Quién es el tonto al que se le ocurriría empezar un libro con “Hace poco tiempo” y “En un país muy cercano”? Pero lo peor, y con diferencia, era el nombre del protagonista: “Des” ¿Quién se va a leer un libro en el que su protagonista se llama Des? Te lo diré yo: Nadie.
Así que allí estaba yo, con un libro malísimo entre las manos y pensado preocupado qué podía hacer. Me llamo Gonzalo, soy un chico normal de Secundaria con los ojos marrones y el pelo castaño revuelto, mis notas son de la media; voy tirando con uno o dos suspensos, pero me las arreglo bien. Así que ya veis, soy un chico de lo más común.
Cerré el libro que tenía entre las manos mientras daba vueltas por la habitación pensando cómo iba a hacer el complicado trabajo que me habían puesto en lengua: escribir un cuento sobre la Navidad. ¡Qué locura! Pero si ni siquiera me gustaba la Navidad, más bien la odiaba. Estaba ya harto de que en todas las películas o dibujos animados pintasen la Navidad como una época de reconciliación y amistad, una época en la que todo es perfecto y no hay ningún problema. Porque la realidad es muy distinta, en Navidad sigue habiendo los mismos rencores, los mismos accidentes de tráfico y las mismas peleas. Decían que en Navidad ocurrían milagros… ¡JA! el único milagro que podía ocurrir era que yo sacase más de un cinco en ese cuento que debía hacer.
Estaba intentando inspirarme con cuentos sobre la Navidad, cuando terminé de comprobar que hasta el último libro que teníamos en casa tenía un comienzo tan desastroso como el del niño que se llamaba Des, o un final tan malo como: “Comieron felices y vivieron perdices”.
Salí a la calle para dar un paseo y relajarme. Nada más salir el frío del invierno me azotó en la cara con fuerza y eso me sentó bien. Cuando llevaba ya un rato dando vueltas sin rumbo fijo, vi una cosa que me impactó: unos niños de unos diez años de edad iban cantando villancicos por la calle mientras llevaban una bolsa de la compra. Se notaba que estaban felices. Entonces fue cuando miré a mi alrededor y lo vi todo con nuevos ojos: los escaparates decorados con vivos colores, los árboles de Navidad que se podían ver en las casas de la gente con sus luces y adornos, las canciones de Navidad que salían por las ventanas de los edificios y, sobre todo, la alegría que se respiraba en el aire. Fui andando pensativo hacia mi casa mientras pensaba en todas las nuevas sensaciones que acababa de experimentar y en ideas para el cuento navideño. De pronto me percaté de que estaba cruzando por un paso de cebra y el semáforo estaba en rojo, un coche se abalanzo sobre mí.
Cuando me desperté estaba tumbado en la fría acera, ileso. ¿Había sido suerte? Claro que no. Había sido el milagro de la Navidad.
Jorge Monedero. 3º ESO E
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