martes, 14 de febrero de 2012

La verdadera Navidad


Belén Alonso López. 1º ESO C

La nieve cubría los valles de aquellas cordilleras que se escondían bajo la niebla. De las chimeneas salía un humo que se iba moviendo con el viento formando figuras extrañas y que iban cambiando. Los niños jugaban alegremente en las calles y de las cocinas de las casas salía un olor parecido al de las galletas de anís y de pavo relleno. Todo esto lo miraba Christian desde su ventana. Lo que más le llamaba la atención era que sus amigos no se pasaban por su casa a jugar a la consola o que ya no hablaban del nuevo juego que él tenía y de cuando se lo dejaría. Suspiró. Seguía sin entender porque la gente quería tanto a la Navidad. Como ya se había pasado el juego, decidió salir al centro comercial, a ver si tenían algún videojuego que estuviera a su nivel.
Al llegar al centro comercial le entró un terrible dolor de cabeza y un gran enfado, ya que no paraban de sonar los villancicos de siempre, la gente llevaba unos gorros de lo más graciosos y cargaban con cajas de regalos. Se abrió paso a empujones hasta la tienda de juegos, pronto pudo ver el origen de aquel colapso: era una gran cola de niños que esperaban para pedirle a Papá Noel sus respectivos regalos. Como no le apetecía sufrir toda la fila para poder pasar, decidió acortar colándose y luego torcer a la derecha. Su plan no salió como esperaba, pues al intentar pasar desapercibido delante del señor de rojo, este le cogió del cuello del chaquetón y le arrastró hacia su regazo.
– ¡Eh!, que yo no soy un niño pequeño -intentó librarse Christian, ya que le podría haber confundido por su baja estatura. Todos los presentes se le quedaron mirando.
– Pues parece que aquí alguien quiere pedir algo -respondió Papá Noel.
– Pues me parece que no -le espetó el chaval-, lo único que quiero es bajarme de aquí. Dicho esto, bajó del regazo de aquel señor bajo la mirada atónita de los niños. Llegó a la tienda y buscó en los estantes, no encontró nada y aún más enfadado que antes, se dirigió a su casa, pero esta vez por la salida más alejada de Papá Noel.
Al llegar a su casa, tiró el abrigo sobre su cama. Al caer, sonó algo parecido a una caja de plástico con algo dentro. Aquel ruido le sonaba mucho así que decidió ver que era. En el bolsillo de su chaqueta se hallaba un juego de Play Station de lo más raro, pero como no tenía nada más que hacer, lo insertó en la ranura y comenzó a jugar. El juego no tenía objetivo concreto, es más, no pudo crearse un usuario al empezar. Fuera, comenzó una tormenta de nieve.
En el momento que estaba disparando a un ser maligno, se le estropeó la consola. Se acercó con cuidado, ya que la consola desprendía chispas y hacia ruidos extraños. Al acercarse, el aparato explotó y una onda expansiva lo empujó para atrás y se golpeó contra la pared quedando inconsciente.
Cuando se despertó, estaba en un lugar lejos de su casa. Hacía mucho frío y estaba oscuro. Lo único que le resultaba familiar, era el olor a galletas de anís. A lo lejos vio una luz y decidió acercarse. Cuando se estaba aproximando empezó a oír una cancioncilla navideña que no le daba dolor de cabeza. Cerca de la casa -que era de un tamaño considerable- comenzaba un camino guiado con luces de colores y con árboles de Navidad que parecían tener vida propia. Cuanto más cerca estaba de la casa, más acogido por su calor se sentía. Al llegar a la puerta, encontró un timbre y llamó. Le abrió la puerta un ser pequeño y delgado que llevaba un gorro de lo más estrafalario que hacían conjunto con sus calcetines. Tenía una nariz respingona y unos ojos saltones. Le miró con un rostro intimidador que hizo que Christian y el duendecillo se quedaran sumidos en un incómodo silencio. Después de eso, la criaturita se echó a reír y le dijo:
– Buenas tardes Christian, no te esperábamos tan pronto -y le hizo un gesto para que le siguiera.
El duende, que parecía saberse la casa (que en realidad era una fábrica) como la palma de su mano le guió por innumerables pasillos. De las puertas decoradas con un gusto bastante divertido salían unas notas de la canción que había oído el chaval desde el exterior. Al final de interminable pasillo se hallaba una puerta de grandes proporciones, decorada con el mismo estilo que las demás. Al abrirla emergió del interior un fabuloso olor. No estaba seguro de lo que era, pero le recordaba a su pasada infancia. En su interior se encontraba un salón muy colorido, luminoso y agradable. Había una serie de muebles que parecían hechos a mano y sin saber mucho de carpintería. En uno muy ancho, estaba Papá Noel sentado. Sus gafas de media luna le colgaban en la nariz. El señor sonrió e hizo palmaditas sobre el brazo de su sofá, invitándole a sentarse y le dijo:
– La verdad Christian, es que no se si sabes el significado de la verdadera Navidad -habló Papá Noel-
– ¿Los regalos? -preguntó el joven. Al ver que el anciano negaba, continuó- ¿el aguinaldo, tal vez?.
Pero el sabio tampoco asintió. Le cogió de la mano y le llevó hasta el interior de una de las puertas estrafalarias. No le sorprendió ver a cientos de duendes trabajando haciendo regalos, pues estaban en la víspera de Navidad. Pero la visita no acababa allí, Santa le llevó a su despacho y le mostró un horario, en el decía: Fabricar nieve/ Hacer regalos/ Cortar árboles/ Acicalar a los renos... La lista era interminable y como el chico no comprendía Papá Noel le mostró un papel lleno de borrones. La letra era ilegible pero pudo leer: Lista Negra y en primer lugar Christian Torres. Aquello lo comprendió y miró a Santa.
– Mira chico, los duendes fabrican la nieve y los regalos para que la gente disfrute pero el hechizo no se completa si una persona no cree -el chico lo entendió y asintió-.
Así, Christian prometió creer y no volver a estar jugando en casa cuando sus amigos estuvieran jugando fuera. Contento con él, Papá Noel le dio un bastón de caramelo y pronto el niño se sintió adormilado. Se despertó en su casa al día siguiente y buscó en el interior de su calcetín. Sus regalos eran: una bufanda, unos guantes y un gorro como el de los duendes. También encontró una nota de Santa que decía: “No sabía si tenías protección contra el frío, disfrútalos”.
En un minuto, Christian estaba tirando bolas de nieve con sus amigos, vestido con la bufanda, los guantes y el gorro que le había regalado Santa Claus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario