viernes, 4 de febrero de 2011

La probabilidad de lo improbable


Sentía el aire como pinchazos en las mejillas, su pelo se enmarañaba por debajo del casco y en ocasiones se le ponía en los ojos dificultando su visión, pero eso a ella no le importaba, pues había tramos que ya se sabía de memoria en los que cerraba los ojos buscando la sensación de temblor en sus párpados.  No tenía miedo a la velocidad, abría la boca y tomaba una bocanada de aire, aire que solo sabía a libertad. Sus labios secos y agrietados, paralizados por el frío podían dibujar aún una modesta sonrisa.

Sería el primer veinticuatro de diciembre sin ella, el primero sin su exagerada alegría paseando en pijama de hojas de acebo y descalza por la casa. Este año su pijama era algo diferente, un gris apenado con achacosos lunares blancos. Su rostro pálido no abandonaba la franqueza y libertinaje que le caracterizaban. Su labio todavía agrietado, pero esta vez no por el frío, cosido con un sintético hilo negro.

Esquivando los coches, aceleraba mientras las curvas eran cada vez más desafiantes. Nada conseguía hacerle frenar, la adrenalina segregada quería conducirle al infinito a un lugar sin dimensiones que desgraciadamente consiguió. Un coche de ambulancia hacía contraste con el rebosante ambiente navideño presente en las calles.  Su cuerpo sobre la camilla, irreconocible entre cortes, atravesaba veloz, mareas de ilusión, aceras arrebatadas junto a tiendas que no hacían más que atiborrar sus cajas registradoras.

De mi bolso de cuero marrón saqué su regalo de navidad, envuelto en un sobrio papel de regalo que con cierto cariño desenvolví, un libro de poesías de Pablo Neruda. Abrí el índice y tras una breve meditación abrí la página noventa y dos. Empiezo a leer en alto, decidida: “Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño/ que reflojo la tarde sin meditar en ella/ (En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño/ así como en el cielo no ha cabido una estrella.)”  Mi voz inevitablemente temblorosa tras un breve suspiro se mantiene firme y pienso en que lo improbable es por definición, probable, lo que es casi seguro que no pase es que puede pasar, continúo: “Sin embargo en mis ojos una pregunta existe/ y hay un grito en mi boca que mi boca no grita/ ¡No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste/  abandonada…” El pitido de una de las maquinas a la que estaba conectada me interrumpe, ella en respuesta, abre lentamente los ojos, al mismo tiempo que se dibuja esa sincera curva en su rostro y añade: “…en medio de la tierra infinita!”

Nelia Tabatabaian
2º Bachillerato B

No hay comentarios:

Publicar un comentario