Yo no sabía su nombre, pero tampoco ella. En medio de la humeante tragedia que se respiraba en el ambiente ella resplandecía como una estrella. Así que decidí que ese sería su nombre:
-¿Qué te pasa cariño? ¿Estás bien?
-¿Cómo? Yo... yo... ¿Te conozco?
-Sí, Estrella, soy yo. Bruno, tu marido. Me enteré de esto y vine a buscarte.
-¿Cómo sé que eres mi marido?-la pregunta me pilló de sorpresa. Saqué la foto de Anabel y mía en nuestra boda de la cartera. Con su mirada dulce y su cabello de paja recogido en un elegante moño se parecían significantemente. En realidad, casi podrían haber pasado por hermanas. Cogí la linterna y le examiné las pupilas.
Su mirada estaba nublada por la confusión, y probablemente también por el traumatismo craneoencefálico. Trabajando en una ambulancia, ves a menudo golpes de ese tipo. El choque entre los dos trenes estaría en portada de todos los periódicos al día siguiente y seguramente aquella diosa de cabellos despeinados y harapos tendría personas que estarían muy preocupadas por ella. Miré a mi alrededor, observando las pilas de cadáveres y todas las víctimas desorientadas que pululaban alrededor y debajo de los trenes buscando probablemente a sus seres queridos. Tomé la única decisión que un hombre con sentido común tomaría.
¿Sería únicamente una amnesia pasajera causada por el espantoso espectáculo que había presenciado? Deseé fervientemente que fuera permanente. Montada en el asiento de copiloto de la ambulancia, Estrella trataba de saciar su curiosidad.
-¿Por qué iba en el tren?- decía dulcemente mientras se acariciaba consternada el vendaje que la envolvía la cabeza. En la parte de atrás de la ambulancia llevaba a mis compañeros y a dos heridos de gravedad. Les dejaría en el hospital y les diría que iba a volver al accidente a intentar ayudar.
-Ibas a visitar a mi madre. Lo mucho que se va a preocupar cuando se entere de esto. Con lo que ella te quiere. ¡Es como una madre para ti! Teniendo en cuenta que tus padres murieron en aquel terrible incendio cuando eras pequeña, nunca habías tenido una figura materna - improvisé.
-Una cosa, ¿tenemos hijos?-su voz parecía quebrarse al imaginarse a sus posibles pequeños y sus dedos se entrelazaban nerviosamente.
-No, todavía no. Nos casamos el año pasado y habíamos decidido esperar otro año más para los niños para poder disfrutar el uno del otro un poco más - La más brillante de las ideas cruzó mi mente. Estábamos ya en mi coche, de camino a mi piso- Oye, Estrella, escucha. Mira, yo te quiero y tú me querías. Éramos la pareja perfecta, y no quiero que nuestro amor desaparezca. ¿Y si empezamos de cero? Podemos irnos de aquí y conocernos de nuevo. A cualquier sitio, donde quieras, nos vamos ya mismo. Tendremos hijos y viviremos felices. Por ti, yo también me olvido de mi pasado. Nunca volveremos aquí, ¿vale? Nos vamos a donde quieras y no tendremos que volver nunca.
-Quiero ir a Viena -replicó tajantemente.
-¿Por qué Viena? –pregunté mientras entrábamos en mi piso y comenzaba a meter ropa en las maletas. Por suerte Anabel y ella tenían tallas parecidas.- Cámbiate, ¿quieres?- comenté mientras le pasaba distraído el vestido favorito de mi mujer. Era amarillo, con flores blancas, por las rodillas. En mi corazón sabía lo bien que le iba a quedar.
-No sé, es precioso y tan romántico. Todo el pasado de sus calles, compensará la ausencia del mío. No recuerdo nada concreto de mi vida, pero sí recuerdo cosas sueltas. Simplemente conocimientos inconexos. Y me acuerdo de Viena, de sus palacios, de la emperatriz Sisí y de sus museos. Sé mucho de arte, de arquitectura ¿sabes? - Se retorcía un mechón de su cabello dorado con dulzura y miraba a su alrededor. Confiadamente se desnudó y tiró sus harapos a la basura. Para mí fue como si tirara su pasado. – ¿Me pasas algo de ropa interior?
-Claro, es que tú estudiaste Historia del Arte. Y fuimos a Viena un fin de semana el invierno pasado, también porque tú insististe - contesté tranquilamente sonriendo mientras le pasaba el conjunto de encaje y seda blanco que Anabel llevó en nuestra noche de bodas. Me pareció apropiado para nuestra primera noche juntos.
-Cuéntame cosas de mí. De nuestra vida y de mi vida antes de conocerme - me dijo en el avión. Ella volaba con el pasaporte de Anabel, estaba tan emocionada por el viaje que ni se había dado cuenta. Pensé en contarle la verdad y un escalofrío me recorrió la espalda. Simplemente la cambiaría un poco.
-Bueno, tú eres mi Estrella. Me guías, me ayudas cuando lo necesito, me alivias. Te necesito. Yo tuve otra esposa antes de conocerte; se llamaba Anabel. Era muy dulce y yo la amaba casi tanto como a ti - le cogí la mano para calmarla pues parecía un tanto inquieta-. Ella murió de cáncer de pulmón. Tú me ayudaste a superarlo. Fuiste mi ángel –me apretó la mano con fuerza.
-¿Dónde nos conocimos?
-Donde te recogí hoy.
-¿En serio? En la estación de tren, ¿cómo?- preguntaba traviesa. La empezaba a conocer y en su romántica e idealista cabeza le parecía una buena manera de conocernos. Ya sabes, terminar donde todo había empezado. Me mordí el labio e inventé rápidamente.
-No es nada estilo Jane Austen, ¿eh? Hace tres años tú estabas detrás de mí en la cola para comprar patatas fritas y te intentaste colar, caradura. Llevaba diez minutos esperando y estaba harto. Te iba a echar la bronca, y entonces te vi. Tan bonita y delicada con un jersey negro de cuello de cisne. Llevabas el pelo en una coleta medio deshecha y pintalabios rojo oscuro. Radiante. Te dejé colarte a cambio de tu número de teléfono. Empezamos a salir y nos enamoramos. Nos casamos y vivimos juntos en el piso donde hemos estado esta tarde. Pero eso no importa, porque estamos aquí y ahora.
Mientras yo balbuceaba inseguramente las mentiras, estaba planeando. Tenía bastante dinero ahorrado además del dinero que me había dejado una tía lejana mía y mi fondo de pensiones. Pasaríamos en el mejor hotel de Viena los primeros días, sería nuestra luna de miel.
Seríamos felices de verdad e inventaríamos un futuro nuevo para mí y un pasado para ella.
Carmen Tapia
1º Bachillerato D
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