martes, 11 de enero de 2011

El cubo


Claudio quería un cubo. No uno de esos que llevan los niños a la playa con la pala y el rastrillo, sino simplemente un cubo. Igual podía haber querido un cono o una esfera, pero no, Claudio quería un cubo. Sin embargo no podía ser uno cualquiera, ya que debía estar abierto por una de sus caras. La verdad es que era un cubo-caja.
 
Aquel año Claudio esperaba la Navidad con especial ilusión. Llevaba semanas imaginando todo lo que podría hacer cuando por fin tuviese su cubo-caja. Lo primero que haría sería aparcar el Ferrari rojo en miniatura que le habían regalado por su cumple. Para ser justos, pasaba a ser entonces un cubo-caja-garaje.
Y así, de poco en poco, Claudio había construido una larga lista con todo lo que sería su anhelado cubo. Después de garaje sería el castillo de una de las muñecas de su hermana, después barco pirata en su bañera, después el caballo sobre el que galoparía un príncipe, después la granja donde vivirían sus Pokemon, después el océano en el que se pierde Nemo…

En su carta a los Reyes no había escrito nada más. ¿Para qué necesitaba otra cosa, teniéndolo todo en su cubo? Así que Claudio esperó, confiando en que, dado que su comportamiento se acercaba bastante a lo que él consideraba “ejemplar”, pronto lo tendría entre sus manos. 

Unos días antes, Raquel, la madre de Claudio le había comentado a su marido Enrique que le preocupaba que Claudio solo quisiese un cubo. Enrique, quitándole importancia con un ademán de la mano concluyó que eso eran cosas de niños y que ya se ocupaba él del regalo. 

Por fin llegó el día. Claudio no cabía en sí de emoción cuando, impaciente, esperaba a que sus somnolientos padres se despertasen para poder abrir su regalo. Bajo el árbol de Navidad había varios paquetes envueltos con su nombre, así que Claudio comenzó por aquel que tenía más pinta de ser lo que andaba buscando. Uno tras otro, Claudio desenvolvió un coche teledirigido, un videojuego, un par de libros, un bate de béisbol y unas zapatillas nuevas. 

Despacio, muy despacio, se giró hacia sus padres, miró hacia arriba para alcanzar sus ojos y les dijo seriamente: Mamá, Papá, los Reyes se han equivocado, yo quería una caja, y un garaje, y un castillo, y un caballo, y una granja, y un océano, y…

Enrique le dijo entonces a su mujer, muy bajito y al oído, mientras Claudio continuaba con su lista interminable: ¿No decías que quería un cubo?

Laura Rivera
1º Bachillerato

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