lunes, 29 de noviembre de 2010

Que el temor a fallar no te impida jugar


Existe un lugar donde las pálidas luces del cielo nocturno alumbran una ciudad edificada en el recuerdo. Allá donde aún se cultivan los sueños en los campos de amapola y la risa infantil estalla entre las nubes en las noches de tormenta. El cadáver de un palacio encantado  que se deja azotar por una cálida brisa que trae consigo el eco de melodías cuyas notas ya han sido olvidadas. Aquella ciudad, compuesta por angostas callejuelas y bulevares sin nombre que no llevaban a ninguna parte, yacía en la penumbra consumiéndose poco a poco como un cigarrillo en manos de un fumador que ha encontrado ya otro tipo de sustento con el que darse por satisfecho.  Aquel lugar parecía estar enmarcado por un gran cartel luminoso en el que ponía la palabra “Olvido”, pero lo cierto era que, aunque la madera del tablón estuviese ya algo putrefacta y la tinta negra con la que estaban escritas las palabras que le daban nombre estuviese un poco emborronada por el paso de los años, aún podía leerse con bastante claridad: “Ciudad de la Navidad”. Ese era el único enigma que el pequeño Billie había logrado descifrar sobre la misteriosa ciudadela en meses y meses de investigación. Porque el pequeño Billie era un auténtico investigador, un investigador de los sueños. En una ocasión descubrió él solo una ciudad que se hallaba sumergida bajo las costas del continente africano.  Hubo otra vez en  que, junto con otro investigador al que él con su prodigiosa imaginación había decidido apodar Klaiton, descubrieron que en el fondo de un volcán, establecidos sobre una superficie de lava petrificada, vivía una población entera de unos extraños seres de espeluznante aspecto  a los que les gustaba beber savia de corteza de árbol y bailar bajo la lluvia otoñal.  Todos esos descubrimientos, y muchos otros que guardaba en secreto, ocupaban su mente las veinticuatro horas del día, en las que se dedicaba a planear y a escoger todo lo necesario para sus viajes nocturnos.  Cuando caía la noche, el pequeño Billie estaba listo para partir. Cerraba los ojos, ansioso por sumergirse en alguna de sus alocadas fantasías y vivir otra trepidante aventura.

Sin embargo, hacía meses que estaba anclado en el mismo proyecto sin lograr avanzar, y eso empezaba a frustrarle por completo. “Ciudad de la Navidad”, “Ciudad de la “Navidad”, se repetía a sí mismo sin cesar tratando de imaginar qué secretos ocultaba aquel mausoleo de mármol. A veces imaginaba duendecillos corriendo de un lado para otro, nieve,  renos, regalos y bastoncillos de caramelo, pero , al final, siempre descartaba la idea. No podía quedarse todo aquello en algo tan superficial. Aquella ciudad le sugería algo más allá de eso, algo más profundo. Él sabía que tenía que ser así. Esa manera de ver la Navidad, que le parecía surrealista y superficial, era propia de la gente sin alma a la que tanto odiaba. Las personas sin alma eran todas las que vivían de las mentiras, el engaño y la hipocresía barata, que normalmente vestían siempre con pulcros trajes de cachemir italiano y zapatos de charol; eran,  los que en el mundo normal, podríamos denominar adultos. No es que fuesen así todos los adultos, pero lo eran la mayoría, y siempre andaban destrozando toda su creatividad y tratando de hacerle vivir en un mundo absurdo lleno de números, sintagmas y fórmulas químicas. Decían que vivía siempre en un mundo de fantasía, y en parte, tenían razón, pero si él había comenzado a vivir en un mundo paralelo al real, era porque aún no se había resignado a perder la pasión por la vida. En el mundo real, ya nadie conservaba pasión por nada. Todo el mundo parecía enfermo por la codicia, y hasta los más jóvenes parecían sentenciados a albergar un alma vieja y oxidada.  Pero eso no le pasaría a él. Él entendía el mundo de manera distinta, todo lo miraba de manera subjetiva.  Por eso sabía que la “Ciudad de la Navidad” era más que un montón de regalos apiñados en un trineo en el que estaba sentado un hombre de barba blanca y ojos bondadosos. Para empezar, estaba seguro de que allí no podían entrar los adultos. Tampoco los niños que tuviesen alma codiciosa o insolente. Solo tenía que mirar sus altos muros de mármol para comprender que allí no se admitía a nadie que no viese con el corazón más allá de lo que ven sus ojos. Aquella noche Billie se sentó en el suelo nevado a contemplar el aura de majestuosidad que desprendía la ciudad. Permaneció así toda la noche, inmóvil, interrogándola con la mirada. Al cabo de unas horas, la ciudad pareció por fin rendirse a descubrir a Billie sus secretos. Se abrieron las puertas con un chirrido que sonó parecido a la música de una carcajada infantil. Billie caminó hacia las puertas y se dejó envolver por un aura mágica…

Despertó un 25 de diciembre, aturdido como siempre ante aquel sueño que desde bien pequeño le había perseguido a lo largo de los años. Se levantó frustrado y comenzó a vestirse con desgana sin un ápice de prisa o emoción alguna. Siempre despertaba antes de que el sueño terminase, y siempre se quedaba con la misma sensación insatisfactoria en el cuerpo. Salió a la calle y comenzó a caminar, desilusionado, mientras los copos blanquecinos se enredaban en su pelo y le adornaban las facciones con unas graciosas canas que pronunciaban su expresión de cansancio y vejez.

Mientras iba caminando, oyó a unos niños muy pequeños discutir de manera exacerbada y se detuvo a escuchar su conversación durante un momento.

   - ¡ Te digo que lo que montan no son camellos sino elefantes!
   - ¿ Elefantes? ¡ No seas absurdo! ¿Cómo van a montar elefantes por el desierto?
   - Te digo que sí, yo lo he visto. Los reyes magos cabalgan a lomos de un elefante con    colmillos gigantescos. Es un elefante muy raro, porque es de color blanco, y solamente  habla francés. Supongo que los reyes sabrán hablar muy bien francés, porque no sé si  no como se entienden, la verdad. Bueno, el caso, que el elefante ese no es lo más raro  de todo, si no los reyes magos. ¿Sabías que uno de ellos es mujer? Sí, una mujer, me lo ha dicho mi hermana. Y no vienen de un Oriente tan lejano, sino de uno que está cerca. Nindia, O India o algo así. Es un sitio donde hay muchos elefantes, creo. Y seguro que también hablan francés allí. También me ha dicho algo de no se qué de los regalos. Sí, sí. ¿Creéis que os los dan por ser buenos a que sí? Pues no. Pero no sé por qué, ella me explicó por qué…pero no lo entendí muy bien. Es muy raro todo eso de la Navidad. Mamá y papá dicen que es una fecha en la que hay que portarse bien y estar con la familia y comprar cosas. Pero a mí todo eso me parece muy raro. Yo creo que tiene que haber algo más.

Entonces fue cuando Billie entendió lo que escondía la “Ciudad de la Navidad”. No ocultaba un oscuro secreto, ni un cómo ni un porqué. En su interior no había más que aquello que deseases ver, aquello que por encima del mundo albergaba tu corazón. La inocencia expresada como tan sólo podían expresarla los niños. Por un momento sintió tristeza al pensar que al haber crecido nunca más volvería a experimentar esa inocencia, pero más tarde comprendió lo afortunado que había sido al ser una de las pocas personas en el mundo que había podido vivir de verdad sin que el temor a fallar o a ser juzgado le robase su tiempo para jugar. “Y aquel, se dijo el ya no tan pequeño Billie, era el verdadero significado de la palabra Navidad”.


Sofía Lozano
4º ESO

Un mes de ilusión, once de esperanza

Todo oscuro. Polvo por todas partes. Y bajo un viejo colchón y un par de cajas de libros antiguos allí estamos. En nuestro escondite, donde esperamos durante todo un año y en el que nos encuentran siempre cuando llega la Navidad. Es como un refugio para nosotros: la familia de los ángeles, la de los osos, las bolas de navidad, las bombillas pequeñitas que se ponen en los árboles y esas familias que están incompletas desde hace tiempo a causa de algún infortunio: perros, niños pequeños o La temida escoba del día de la recogida del árbol. La reina de esta gran familia es la estrella de cinco puntas, a la que siempre miramos desde abajo.

Cuando llega la hora de salir de nuestro escondite, siempre hay una señal, que suele ser:

-¡Mamá, lo he encontrado! ¡Mamá, lo he encontrado!

Entonces, se abre la caja y un rayo de luz nos despierta. Y todos pensamos: “Llegó la hora.”

Nos bajan a un habitáculo bastante grande, donde se respira felicidad, alegría y amor. Unos pasitos se acercan y alguien asoma a la caja, sonríe, y empieza a sacarnos con cuidado, familia por familia. Cuando nos cuelgan del árbol, es cuando realmente empezamos a cobrar vida.

Estamos allí prácticamente durante un mes, vemos pasar a la gente, las bandejas de turrones y mazapanes, a nuestros amigos los Reyes Magos en la noche del 5 de enero, a los personajes del típico Belén navideño, al vecino que viene a felicitar la Navidad o a los grupos de niños que va de puerta en  puerta a cantar villancicos.

Un mes siempre se hace muy largo, y no solo se respira paz en nuestro árbol. Siempre hay rivalidades por ver a quien le ponen más arriba. Y estos conflictos se suelen generar entre los ángeles. Muy espectaculares, llenos de purpurina, grandes alas, bellos instrumentos de música, pero que luego no saben lucir… Una vez nos han colocado en el árbol, siempre tenemos que hacer cambios de sitio, ordenados siempre por la gran estrella de cinco puntas, que intenta colocarnos de tal forma que no haya ni la menor discusión entre nosotros. Y así permanecemos hasta que llega el día de la recogida del árbol.


Pero lo que más nos gusta de la navidad es oír a los niños pequeños corretear por los pasillos de la casa, sabiendo que tienen vacaciones, cantando villancicos, en pijama durante todo el día, y la ilusión con la que decoran la casa con ayuda de su madre. Pero lo mejor de la Navidad es la sensación que se tiene cuando un niño pequeño ve por primera vez que nosotros, los muñequitos del árbol, cobramos vida.

-       Mamá, creo que ese oso me ha guiñado un ojo.-

-       Mamá, las bolas de navidad parecen me sonríen cuando paso.-

-       Mamá,  esos ángeles se están peleando.-

Este tipo de frases son respondidas con un simple, pero muy convincente:

-¡Pero que tonterías dices!-

Y eso es lo que nos salva la mayoría de las veces, esa incredulidad que los adultos tienen, por el mero hecho de ser adultos. Los niños insisten, ellos no se rinden. Esos tirones de faldas, cada vez son más fuertes, a veces incluso, se sienten incomprendidos y lloran de rabia y gritan:

-¿No lo ves mamá? ¡Acaba de mirarme!

Pero una vez más, nadie es capaz de entender que los niños siempre dicen la verdad. Los niños tienen una mentalidad que poca gente llega a comprender. Les hacen ilusión las cosas más inesperadas, o se encaprichan con algo que no tiene apenas valor. Como cuando se le coge cariño a algo y lo guardas y piensas que lo vas a conservar siempre. Pero estas cosas no pasan, porque todo en este mundo se deteriora, hasta nosotros, los adornos más mágicos de la Navidad. Como yo, un osito, con un jersey de lana llena de pelusa, descosido por los bajos y un brazo arrancado desde hace un par de años. Pero nunca se deshacen de mí. Año tras año estoy en el árbol de Navidad en el mismo lugar, en la misma posición y con la misma cara de ilusión que el año anterior. Y esto se debe a que el pequeño de la casa decidió que yo iba a ser su adorno favorito, ése que aunque se esté cayendo a pedazos, seguirá estando en el árbol,  que la madre  coserá una, dos, tres y probablemente más veces y que reluce más que los ángeles o las bombillas por el hecho de ser el más querido. Esto hace que durante esos once meses que permanecemos guardados, yo desee salir, solo para poder recordar la primera vez que se asomó a la caja de adornos.


A mi particularmente no me gusta hacerles pensar a los niños que tenemos vida propia. Pero reconozco que cada vez que el pequeño de la casa  alcanza su mirada hasta la rama en la que estoy colgado y me mira a mi y no a cualquier otra figura brillante o más espectacular que yo, no puedo evitar sonreírle y guiñarle un ojo. Y cuando ese niño en vez de mirarme con cara de extrañeza, me devuelve la sonrisa, me hace sentirme extremadamente feliz. Más feliz que el día de Reyes, más feliz que cuando nos sacan de la caja después de un año de espera, más feliz incluso en el momento en que una familia te elige en una tienda entre un millón de adornos para que decores su árbol.

Pero, ¿por qué a mí? ¿Por qué yo, habiendo un millón de adornos que elegir? Piensa en lo que viviste. Piensa en lo que creías cuando eras pequeño.

PD: sigue creyendo.

Marta
4º ESO

Cuento de Navidad

Un año más tengo que escribir un cuento de Navidad.
Lo primero en lo que pensamos  en esta época de Navidad es en la familia, las vacaciones, celebraciones, regalos, etc. Pero, ¿Realmente es esta la Navidad que deberíamos celebrar?
No son los adornos, no es la nieve, no es el árbol, ni la chimenea. La Navidad es algo mas intimo, es la generosidad de compartirla con otros y la esperanza de seguir adelante.
Si estas triste anímate!
La
Navidad es ALEGRIA

Si no te llevas bien con alguien, reconcíliate!
La
Navidad es PAZ

Si tienes amigos, cuídalos!
La
Navidad es ENCUENTRO

Si sabes que necesitan algo, ayúdalos!
La
Navidad es D
AR

Si tienes orgullo y soberbia, entiérralos!
La
Navidad es HUMILDAD

Sino te has portado bien, corrígelo!
La
Navidad es JUSTICIA

Si estas confuso, busca otro camino!
La
Navidad es LUZ

Si tienes resentimientos, olvídalos!
La Navidad es PERDÓN

LA NAVIDAD ES AMOR

¡¡ FELIZ NAVIDAD A TODOS !! 

Borja Torrego
4º ESO

Navidad

Adoro la Navidad, todos los regalos, las cenas con la mejor comida, las vacaciones… Lo único que no me gusta de la Navidad es el día de año nuevo, aunque la cena suele estar deliciosa nunca consigo probarla, lo celebro en casa de mi abuela, y esta invita a sus seis hijos con sus respectivas parejas además de a sus quince nietos, también invita a sus dos hermanas, con sus hijos y nietos y además a algunos amigos. Aunque tiene una casa muy grande, encontrar un lugar para sentarse es imposible, además no hay ni una solo persona que tenga mi edad y eso que invita a unas ochenta.

Lo peor de la noche es el final, después de las uvas, mis tíos y algunos de mis primos mayores van completamente borrachos, por lo que me toca soportar, todas las noches viejas, a un montón de borrachos que no paran de gritar, siempre que acaba la noche mis padres, encantados, dicen: -Esta bien preservar las tradiciones.- Yo siempre me muerdo la lengua cuando dicen esta para no decirles que odio la noche vieja.

A principios de este año les dije que odiaba tener que soportar a todos mis familiares borrachos con un hambre voraz y aburrido como una ostra, entonces les hice prometer que la próxima noche vieja haríamos algo distinto.

A principios de Diciembre empecé a preguntarme cómo celebrarían en los otros países el año nuevo, como todos sabemos, en España comemos doce uvas antes de las doce de la noche, en mi caso la tradición es soportar a gente borracha, pero no creo que en todos los países del mundo se celebre de igual forma, por ejemplo, creo haber oído en alguna parte que en China, el año nuevo se celebra en Febrero, pero: -¿Cómo se celebra el año nuevo en Estados Unidos, Egipto o incluso en Francia?
Primero pregunte a mis padres pero no me supieron contestar, entonces se me ocurrió buscar en internet pero lo que encontré no fue muy convincente, yo quería tradiciones contadas por otras personas que, como yo, sufrieran la noche vieja.

Entonces se me ocurrió abrir un foro con la pregunta: ¿Cómo celebras la noche vieja en tu país? No iban a escribir muchas personas que odiaran el año nuevo pero bueno, no se puede tener todo, por supuesto esto lo escribí en ingles. También añadí la tradición española de la uvas.

A las dos semanas tenía cincuenta tradiciones diferentes y unos 200 comentarios. Cuando los hube leído todos, me decidí por cuatro tradiciones me gustaban o me parecían importantes, me quedé con el año nuevo de Londres, de China, París y Escocia. La primera historia era la de un chico inglés que me explicó:- En Londres, el año nuevo es, la noche más divertida del año, yo vivo especialmente cerca del London Eye (una noria inmensa desde la que se ve toda la ciudad), desde él, se lanza una fortuna al aire en forma de fuegos artificiales, la noria se ilumina entera con maravillosos colores y con espectaculares fuegos artificiales (foto de la derecha), al día siguiente circula por todo Londres la cabalgata de año nuevo, esta parte me la suelo perder en directo porque es bastante agobiante la cantidad de gente que hay.
Aunque no me creáis, esta ha sido la mayor crítica sobre el año nuevo que he recibido.
El segundo era de una joven china de Pekín que escribió:- En China el año nuevo es una fiesta que se celebra durante cinco días, aunque no se celebra según el calendario europeo sino el calendario lunar, por lo que se celebra en el febrero de Europa.
La víspera del Año Nuevo, los miembros de la familia entregan "dinero de buena suerte" en sobres rojos a los ancianos y niños, y se quedan despiertos durante toda la noche para darle la bienvenida al Año Nuevo, según la tradición, permanecer despierto durante toda la noche de la Víspera del Año Nuevo ayuda a que tus padres tengan una vida más larga.
Los tres días siguientes están dedicados a diversas celebraciones religiosas que, en mi familia cumplimos a medias, según el año, lo que nunca nos saltamos es el último día, en el que se venera al dios de la comida haciendo un inmenso banquete para toda la familia, adoro este día.

Este comentario me lo escribe una chica italiana de Erasmus en París:- París es la ciudad más romántica en la que he estado, por lo que justamente una de sus principales tradiciones para la noche vieja es que las parejas festejen en casa y se besen debajo de una rama de muérdago después de que el reloj marque las doce. Esto, según dicen, trae buena suerte para el año venidero. Esta tradición también ha sido adoptada por  los norteamericanos.
El último comentario, y el que personalmente más me divierte, lo escribe un chaval escocés de once años:- En Escocia se tiene una tradición muy particular e interesante. En Edimburgo se lleva a cabo un extraño ritual llamado Hogmanay, que consiste en incendiar un barril y luego hacerlo rodar por las calles de la hermosa ciudad de Edimburgo.

Edimburgo es la ciudad perfecta para divertirse con los amigos, el ambiente que hay es alucinante, solo lo he visto por la tele pero en cuanto mis padres me dejen saldré a divertirme por la ciudad.
  
En resumen, si, en año nuevo, quieres alucinar, vete a Londres, si quiera comer bien o celebrarlo dos veces China es tu lugar ideal, si quieres un ambiente romántico viaja a París y si quieres divertirte e ir de fiesta ve a Edimburgo.
Cuando acabá de elegir todos los comentarios, me di cuenta de que yo, lo único que quería, era pasar una noche vieja normal, sólo con mis padres y hermanos, una cena rica, comerme las uvas y, si me dejaban, irme de fiesta con mis amigos.
Cuando les propuse esto a mis padres, me miraron con cara de asco y me dijeron que para una noche que estábamos con la familia no íbamos a dejar de ir.
La moraleja de esta historia es que los sueños no siempre se cumplen en navidad.

Pedro Pérez de Castro
4º ESO

Un juicio en Navidad

PRIMER ACTO

(Escenario: taller de Papá Noel. De fondo se oyen villancicos.)

Es Nochebuena del año 2010,  los duendes están metiendo los regalos en el gran saco del trineo y preparando a los renos. Mientras, Papá Noel hace su ronda anual para que no se escape ni el más mínimo detalle: hay que guardar los paquetes que andan esparcidos por el suelo, dar brillo al trineo, colocar las riendas a los renos y revisar la lista de niños buenos y malos.

Papá Noel: ¡No lo conseguiremos, este año no!

Mamá Noel: (Con una bandeja de galletas) Anda exagerado, todos los años dices lo mismo y, como todos los años, sale perfectamente.

Mamá Noel empieza a repartir galletas entre los duendes que trabajan y que a cambio le devuelven un ‘gracias’ y una sonrisa.

SEGUNDO ACTO

(Escenario: Taller de Papá Noel.)

Ya de noche y después de horas de trabajo, Papá Noel se despide de su esposa, da las gracias a todos los duendes  que le han ayudado y sube a su trineo. Dando una orden a los renos, estos empiezan a correr hasta que consiguen despegar del suelo el pesado  saco de regalos y a ese hombre regordete y bien abrigado que grita – ¡HO HO HO! ¡Feliz Navidad!- mientras se oye el ruido de cascabeles.

Es una noche fría y sin luna, pero las luces que adornan las casas permiten ver  el paisaje nevado de la ciudad.

(Escenario: tejado y casa adornada.)

El trineo se para en su primera casa y Papá Noel, bajando del trineo, manda silencio a los renos – Shhhhh! ¿Queréis que nos pillen?-. Coge su saco y empieza a descender por la chimenea pero nada más notar la leña bajo las grandes botas negras, sus ojos se encuentran con otros más pequeños y asustados.

Papá Noel: Hola preciosa… por favor, no chill…

Niña: (Vestida con un camisón y agarrada a un osito de peluche) ¡Mamaaaaaaaaaaaá!

La madre aparece corriendo atándose la bata a la cintura y llamando a su marido.

Madre: (Chillando) ¡Manolo date prisa y llama a la policía, hay un ladrón en el salón!

El padre consigue retener a Papá Noel hasta que llega la policía, que le detiene y le saca esposado de la casa. Mientras camina por el jardín hacia el coche con la sirena, puede ver como bajan su trineo del tejado con una grúa. Un hombre con el uniforme de la perrera intenta conseguir más camionetas, mientras que los otros no consiguen calmar a los renos que intentan escapar.
Una voz le devuelve a la realidad.

Policía: (Muy borde) Eh abuelo, ¿es que no me ha escuchado? Métase en el coche.

TERCER ACTO

(Escenario: Juzgado de la ciudad)

La sala está llena de gente hablando, Papá Noel está esposado y sentado en la mesa de la izquierda frente a la tribuna. Su abogado, que es uno de los duendes del taller vestido de traje, repasa los folios que lleva en el maletín. Este se da cuenta de que le está mirando y sonriendo dice – Tranquilo jefe, está todo bajo control-. Entonces Papá Noel se fija en el gorro de punta verde que el duende lleva puesto y, suspirando, se tapa la cara con las manos.

Alguacil: Todo el mundo en pie, el juez está entrando en la sala.

Se hace el silencio, la gente se levanta y con un gesto el juez da a entender que pueden sentarse.

Juez: (Vistiendo una toga negra) Bien, intentemos solucionar esto de la manera más rápida posible. Señor Noel, se le acusa de: allanamiento de morada, obstrucción del tráfico aéreo y posesión de animales sin identificación. Defensa del acusado, puede hablar.

El duende se levanta y el jurado contiene la risa al ver su gorro.

Abogado: En defensa de mi cliente he de decir que este hombre lleva entrando en casas de todo el mundo años, con la intención de repartir regalos y felicidad entre niños y mayores. La única manera de recorrer todos los países en una sola noche es ese trineo, cuyo ‘motor’ son los renos. Lo único que coge  son las galletas y la leche que los niños le dejan como agradecimiento. Señoría, este hombre de aquí no ha hecho nada malo, es más, esta noche miles de familias se quedarán sin sus regalos.

Juez: (Pensando un momento en lo que acaba de decir el duende) ¿Cómo se declara el acusado?

Papá Noel: (Levantándose) Inocente.

Se forma un murmullo en la sala y algunas personas le acusan de romper adornos de navidad al dejar los regalos bajo el árbol y otros en cambio hablan en su favor.

Juez: ¡Silencio, silencio en la sala! (La gente se calla.) Bien el jurado se retirará para valorar el caso. (Da un golpe con el martillo y se va de la sala junto al jurado.)


Una hora más tarde la sala vuelve a llenarse.

Juez: ¿Cómo declara el jurado al acusado?

Representante del jurado: En base a las acusaciones y la defensa, este jurado declara al acusado… inocente.

Se oyen quejas y gente llorando, pero sobretodo gritos de alegría. Papá Noel abraza al duende, que después de quitarse la chaqueta, empieza a bailar sobre la mesa. Papá Noel ríe a carcajadas.

CUARTO ACTO

(Escenario: Polo Norte, casa de los Noel)

Entrando por la puerta, Papá Noel deja su traje rojo en una gran silla, se pone el pijama y se tumba en la cama con Mamá Noel.

Mamá Noel: ¿Qué tal cariño? Te he estado esperando pero has tardado más de lo normal y me he quedado dormida. ¿Cómo ha ido este año?

Papá Noel: Pues como todos los años, perfectamente.

Da un beso a su esposa y se da la vuelta. Aunque se mezcle con un bostezo, ella es capaz de oír como su marido, antes de dormirse dice: ¡HO HO HO! ¡Feliz Navidad…!

Helena Salve
4º ESO

El mayor secreto



Gonzalo es un niño que tiene 9 años.  Vive en una familia en la que siempre se ha celebrado la Navidad por todo lo alto. Gonzalo siempre esperaba como agua de mayo estos tiempos para recibir todos sus regalos y ver a su familia unida, ya que es la única época en la que toda la familia se reúne. Es un niño que siempre ha vivido la Navidad con mucho ímpetu y alegría. Le encantaba pasear por las calles para observar el decorado, no se perdía una cabalgata, hacía su carta correspondiente y la echaba en el buzón y tenía una única manía: el 5 de enero por la noche, limpiaba sus zapatos y dejaba comida y agua para los Tres Reyes Magos y a sus respectivos camellos, y se iba a dormir a las 10 en puntos porque pensaba que si se dormía más tarde, los Reyes no pasaría por su casa.

Pero un día, los padres de Gonzalo pensaron que era un buen momento para contarle la verdad, ya que tenía una buena edad para saberlo. Cuando se lo contaron, a Gonzalo se le cayó el mundo encima. No supo cómo reaccionar y lo único que salió por su boca fue: “eso no puede ser verdad, yo los he visto”. Es lo típico que dice un niño cuando se entera y no quiere creer la realidad.

Después de esta mala noticia, Gonzalo se tumbó en su cama y empiezó a analizar lo que le habían contado sus padres. Él siguió sin dar crédito y se dijo para sí mismo: “¡Que morro tiene mi madre que me hizo limpiar los zapatos durante un montón de años!”-dijo indignado. Pero empezó a recordar un sueño que tuvo la anterior noche, en el que aparecían unos duendecillos que le querían transmitir algo. Recordaba vagamente lo que le querían decir. Era algo como…”mañana recibirás una mala noticia pero el 6 de enero serás recompensado”. Gonzalo le daba vueltas a la cabeza intentando buscar un significado pero no lo conseguía entender, y se decía a sí mismo muy enfadado: "¿Qué hay en este mundo que te pueda compensar de que no existan los Reyes Magos?". Y después de varios minutos dijo: “Bah, era solo un sueño”, y se durmió.

Llegó el 5 de enero y Gonzalo se despertó muy malhumorado. Había decidido no seguir el juego. Ni asistió a la cabalgata, ni limpió los zapatos pero sí se fue a la cama a las 10, ya que tenía un presentimiento de que algo bueno iba a suceder, pero no sabía todavía el qué.
Llegó el gran día. Gonzalo abrió los ojos esperando encontrarse la habitación llena de regalos como todos los años, pero no fue así. Al lado de sus zapatos solo había un libro, una bufanda y una mochila. Muy triste se dio la vuelta intentando volver a dormirse, pero algo llamó su atención, ¡sus zapatos estaban limpios! Se dio la vuelta para mirar los zapatos y algo le sorprendió. Dentro de sus zapatos impecablemente limpios algo brillaba con mucha intensidad. Se frotó los ojos. Pensó que todo era un sueño, pero seguía viendo las luces con los ojos cerrados. Era una luz tan brillante que cegaba sus ojos. Empezó a sentir una sensación entre miedo y curiosidad, y con los ojos muy abiertos volvió a mirar los zapatos. Efectivamente, había tres luces. Se llenó de valor e intentó tocarlas pero las luces se le escapaban entre los dedos. “¿me estaré volviendo loco? Ahora me parece oír unas voces”- dijo murmurando.

-        -- Gonzalo, Gonzalo, estamos aquí.

Gonzalo atónito se tapó fuertemente con las sábanas.

-        -- Gonzalo, Gonzalo que estamos aquí - dijo la voz más fuerte.

Gonzalo pensó que él no era un cobarde y decidió levantarse de la cama y acudir hacia donde oía las voces. Al bajarse de la cama, algo le tiró del pantalón del pijama. Gonzalo miró para abajo y al lado de cada luz se encontraban tres duendecillos. Gonzalo dio un salta hacia atrás.

-       -- ¡No te asustes Gonzalo! - le dijo uno duendecillo con voz muy cariñosa. - Venimos a traerte lo que te prometimos: los tres mejores regalos que recibirás en tu vida.

Gonzalo se agachó colocándose al lado de los zapatos y de los duendecillos. Uno de los duendes cogió una de las tres luces y se la colocó en la mano, diciéndole: “Soy el duendecillo de la paz, y este es mi regalo. Tendrás paz durante toda tu vida. Aprenderás a ser compasivo, humilde y a tener un corazón puro. Este es mi don”. Inmediatamente, otro duendecillo le colocó la segunda luz en sus manos.” Yo soy el duendecillo del amor. Te concedo el don de amar y ser amado. Para esto tendrás que dejar de ser egoísta. Amarás mucho para que te amen los demás. Es el don más preciado en esta vida. Nunca lo olvides”. Por último, el tercer duendecillo saltó a sus manos. Colocó la luz y le dijo: “Yo soy aquél, el de la sabiduría. Con este don diferenciarás el bien y el mal y comprenderás los errores de los demás y a no cometerlos tú, aprendiendo de tus propios errores”. Después de esto, los duendes desaparecieron, no sin antes advertirle que los dones que le habían sido concedidos tenía que ganárselos día a día, sino desaparecerían.

Gonzalo salió corriendo a la habitación de sus padres. Según corría, su enfado y su tristeza iban desapareciendo. Corrió a abrazar a su madre y con lágrimas en los ojos dijo: “Estas Navidades han sido las mejores de mi vida. Aunque sé que no existen seguiré creyendo en los Tres Reyes Magos.

La función de Navidad


Ya era la última clase del viernes, los niños impacientes y nerviosos por el fin de semana y, en especial, porque era el día del reparto de los personajes de la función de navidad. El profesor muy ilusionado, que parecía un niño, hizo el reparto al azar. Fue llamando niño por niño, desde el más travieso hasta el más tranquilo.

El niño alto hacía de José, que casualmente era el personaje que más le identificaba; la niña simpática hacía de mula; el travieso de Jesús; el tímido de rey mago… Hubo desacuerdos, muchas discusiones que el profesor oía y no había contado con ello. El profesor con esperanza de que las discusiones fueran de aquella tarde, comprobó que estaba equivocado, el lunes seguían enfadados entre ellos y pocos conformes con su papel, lo contrario que quería su maestro, el trabajo en grupo y disfrutar de la magia navidad mediante esta función.

El profesor que callado no se iba a quedar intentó convencerles de que el punto de la función no era ser o no el protagonista sino saber trabajar y pasárselo bien.
Aún así no hizo efecto, llegaron hasta el punto en el que ya los alumnos no le daban importancia a la función y los más extrovertidos y gamberros no querían realizarla, cosa que muchos no deseaban y les habían suplicado que la hicieran, a pesar de todo, sobre todo la niña tímida con el corazón enorme, pero estos no reflexionaban.

Semanas pasaron y la función ya casi fue olvidada y los mismos de siempre que intentaban que se hiciera, como la niña tímida ya se cansaron se repetirlo, al igual que el maestro.

Una noche fría de Madrid, la niña tímida sin saber como, enfermó, y su madre corriendo la llevo al hospital, después de las horas de espera, fue atendida y le dijeron el problema, apendicitis, en navidad.

El profesor, triste, que sabía la trágica noticia, se lo contó a sus alumnos y estos reaccionaron preocupados y durante toda la clase nadie habló.
La mañana siguiente el niño travieso que se sentía fatal por el accidente fue a visitar a la niña tímida al hospital, a pesar de que no tenían una buena relación, pero el niño empezó a entender que era el significado navideño. El niño después de la visita recordó todas las veces que la niña tímida había intentado convencer de que si hiciera esa obra y al niño travieso se le puso una sonrisa inmediatamente.

El niño impaciente a la mañana siguiente les comunica a sus compañeros la idea que había tenido y les causó el mismo efecto, una sonrisa, al igual que en el profesor, orgulloso de su clase.

Trabajaron duro y en equipo para que saliera la mejor obra que la niña tímida hubiera visto. Los niños, más ilusionados cada día, traían nuevas ideas y disfraces y toda clase de cosas que mejoraban la función.
Las peleas habían desaparecido, los enfados y el egoísmo, todo iba como el significado de la navidad, mágicamente.

Llegó el día de la operación, la niña tranquila con ese pedazo de corazón no se quejó y la aguantó perfectamente hasta que los médicos le dijeron lo que quería oír: la operación ha sido un éxito. Toda su clase fue a visitarla ese mismo día pero no le dijeron nada de la sorpresa.

La niña contenta de por fin de estar con sus amigos llegó a clase el lunes antes de las vacaciones de navidad y se encontró la clase vacía excepto una carta que decía que fuera al gimnasio del colegio.
Ahí se encontró la situación, todo el gimnasio lleno de padres y un telón que detrás estaban los niños, impacientes por esperar, ella sin moverse se quedó atrás sin saber que se esperaba.

La función empezó y a lo largo de ella fue observando la niña que estaba mejorada y con muchos detalles más que ella había propuesto pero que nadie la había hecho caso. La obra era tan bonita que echó a llorar y pensó en todos los esfuerzos que han debido de hacer y el grupo en trabajo y la positividad y repitió para ella misma: es un milagro de la navidad.

Valvanuz Cueto
4º ESO

Siempre queda un hueco para la Navidad

Era la tercera vez que a David le sonaba el móvil, y todos los que quedaban en las oficinas de RENFE esa tarde del  5 de Enero se giraban siempre con mala cara  y el jefe no hacía más que enviarle miradas de enfado.
-“Cariño, pídele otra vez al jefe que te deje esta noche libre, que  los niños quieren que vengas algún año a la cabalgata con nosotros, cámbiale el turno a algún compañero, es que también es casualidad que todas las noches de reyes te toque trabajar”.
-“Ya lo sé, y sabes que me encanta la cabalgata, pero no puedo saltarme trabajo, justo ahora no,  que no estamos para perder dinero”.
Y como otro año más Ana llamó a sus padres para que fueran con ella y los niños a la cabalgata, no entendía como a David no le hacía ilusión acompañarles y vivir todos juntos ese momento. Y además los niños se hacían mayores y dentro de poco se acabaría la ilusión por la cabalgata, los reyes, las carrozas. No entendía nada, David siempre le decía que esa era la parte que más le gustaba de las navidades, más que los regalos y las fiestas, con lo que de verdad disfrutaba era viendo pasar a los tres reyes en sus carrozas y recuerda como les miraba como si fueran las mejores personas del mundo, todas las navidades se enfadaba con los niños cuando veía que lo único que les importa de ese día eran los regalos, los juguetes, los videojuegos y todos los años  recordaba que antes las cosas no eran así, que él vivía ese día de otra manera, le encantaba el misterio y el insomnio de la noche de reyes cuando se quedaba despierto, por si, con suerte oía a los reyes magos entrar por su ventana, y sobretodo recordaba el nerviosísimo que sentía cuando cruzaba el pasillo y se asomaba despacio al salón donde por arte de magia estaban esos regalos, quizás era por eso por lo que no había vuelto a la cabalgata desde los 10 años, porque no le gustaba el nuevo modo de ver las navidades, y el modo de verlas por los niños de hoy en día.
 Así que allí estaba ella, sola, poniéndoles las bufandas a los niños para que no pasaran frío, vigilándoles en el metro para que no hicieran ninguna tontería y cuidándoles para que no se perdieran entre toda la gente que, como ellos esperaban en la calle para el gran momento. Además llevaba toda la tarde escuchando lo mismo “¿Dónde está papá?” “¿Por qué no ha venido papá?” “Los reyes se van a portar mal con papá por no haber venido a verles”
Después de que pasaran todas las carrozas, caballos y payasos llegó el gran momento, Y, escondidos detrás de la corona y la barba blanca de Melchor vio unos ojos que la miraban fijamente, era su marido, y al fin entendió ese sentimiento que él siempre contaba, en el que, miraba  a los reyes como si fueran las mejores personas del mundo, por muchos problemas que estuvieran teniendo parece que en el fondo siempre queda un hueco para la Navidad.

Pilar Sainz Dolado
4º ESO




Carta a los Reyes Magos


Queridos Reyes Magos:

Estas Navidades os quería pedir algo totalmente distinto a lo de siempre… Las muñecas ya no me gustan, los juguetes acabo dejándolos tirados por cualquier sitio, no valoro realmente esos objetos que al principio me hacen tanta ilusión. Mis padres cuando era pequeña me decían que era mejor tener un regalo valioso que muchos que acaban siendo olvidados. Antes no entendía lo que me querían decir con eso, pero ahora he crecido y he captado el mensaje.
He pensado muy bien qué pediros y al final me he decidido; últimamente no estoy muy animada, tengo problemas con mis amigas y me gustaría tener más fuerza para seguir adelante. Cuando estoy llorando pienso que desearía encontrar alegría para poder reír a carcajadas. En los momentos en los que creo que no puedo conseguir un reto que me he propuesto, me encantaría tener más fe en mí misma.
Hay veces que no soy capaz de pedir perdón cuando debo hacerlo, querría quitarme esa cobardía y pediros valor, valor para enfrentarme a esos obstáculos. Me preguntaba si podríais quitarme ese egoísmo que a veces me inunda el pensamiento, y también si podríais regalarme generosidad y compañerismo. 
Por último quería pediros que les deis a mis padres felicidad, amor y sobre todo, que nos den a toda la familía la ayuda y fuerza necesaria para seguir juntos, queriéndonos como nos queremos.
Muchas gracias a los tres, un  beso muy fuerte,

Patricia Rico-Avelló
4º ESO

La Navidad

Otro año más en la misma esquina de la calle Goya, en frente del Corte Inglés. Las seis de la tarde. Estaba anocheciendo. Gente corriendo, familias reunidas, madres con prisa para llegar a casa a tiempo, cenas, preparativos, niños ilusionados, peticiones de última hora, vacaciones, tráfico, transporte que unía personas, llamadas, compras de última hora, caras de felicidad, esperas en los comercios, regalos, árboles de navidad, dinero, campañas publicitarias, ventas disparadas y disparatadas. Eso es lo que todo el mundo ve. Otro año más viendo como la gente que sale de tiendas caras, que se gastan fortunas en cosas que al año siguiente no les servirá o que ni siquiera habrá estrenado; no se pueden parar a donar un euro, o céntimos, no pedía más. Solo pedía algo para poder cenar esa noche. Sostenía mi cartel, el que sujetaba las 24 horas del día, los 365 días del año, pero conservado perfectamente desde el primero. Tenía la ilusión y la esperanza de que alguien se pudiese parar. La esperanza de que en un día como es el 24 de diciembre, pudiese recibir como regalo un mísero euro para cualquiera, algo más valioso para mí. Pero mis esperanzas se desvanecieron cuando dieron las diez de la noche. Las calles vacías, comercios cerrados con carteles que mostraban que tenían una familia con la que estar y a la que atender, ningún coche pasaba, todas las luces de los edificios encendidas, ruido dentro de las casas, calor familiar. Pero yo seguía en la misma esquina. Autobuses de línea sin servicio, el metro parado, estaciones cerradas, ni un alma. Y así pasaban las horas. Las once, las doce, la una... Pensaba en las pocas probabilidades que había de que alguien que pasase a esas horas, alguien que llegase tarde a su cita de Nochebuena, se parase y me diese de cenar. Pero esa persona que soñaba no llegaba. Era una noche algo más especial, pero que no iba a cenar, algo a lo que ya estaba acostumbrado. No conseguía dormirme. Hacía algo más de frío esa noche. No me servía con la manta, así que fui en busca de un cartón, algo que me abrigase. Encontré el envoltorio y lo que buscaba de una televisión de plasma de unas sesenta y tres pulgadas de la marca Samsung, modelo nuevo en el mercado, algo más de dos mil euros, no me fijé bien, pero eso no me importaba. Me cubría el cuerpo entero. Me entró el sueño, y me dormí, con el deseo de que, al año siguiente, pudiese recibir, con suerte, un regalo por Navidad.

Patricia Cortajarena
4º ESO

Cuento de Navidad



Es fascinante tener la posibilidad de mirar al cielo y saber que incluso el infinito puede ser tuyo solo con cerrar los ojos y soñar. Soñar, imaginar y crear. Él lo hacía a menudo. Su carácter sosegado le hacía quedarse quieto mirando abstraído las flores crecer en primavera, el sol refulgir en verano, las hojas de lustrosos colores caer al suelo para cambiar su tonalidad en otoño y los copos níveos deslizarse junto al viento en inverno. La fogosidad de sus sueños a veces resultaba tan extrema, que le hacía confundir lo real con lo irreal, porque para él, el límite entre ellos era tan endeble que podía ser incluso traspasado a tientas.

Esa noche álgida de uno de esos inviernos sin piedad, en los que cuando el viento roza tu cara lo sientes como si de una estaca de hielo se tratase, él miraba por la ventana. Era ajeno a todos esos ruidos que estaban siendo producidos por su familia al abrir cajas ycajas de decorados que volvían a contar la misma historia de todos los años, influida por la globalización que estaba acostumbrada a embaucar y encandilar todos los años a miles de personas que no pueden ver más allá de lo tangible y terrenal de la Navidad. Pero incluso él, que podía incluso apreciar aquellos detalles imperceptibles para la mayoría y creía llegar a entender el significado más profundo de lo inmaterial; incluso él, en el fondo y a su pesar, no sabía qué era la Navidad.

Por lo tanto, para comprender aquello que no llegaba a entender, quiso preguntar. Pero sabía que las repuestas no las encontraría ni siquiera en su locuaz madre, ni que las encontraría bajo aquel techo, en ese momento cubierto por una fina y ligera capa de nieve, ni sobre ese suelo que sostenía los cimientos de los que algunos llaman hogar. Por eso, hizo lo que mejor sabía hacer, cerró los ojos y se puso a imaginar lo que sin duda alguna le llevaba a crear.

Abrió la ventana por la que tanto tiempo había estado mirando, e ignorando el desagradable chirrido que esta produjo al entreabrirse, saltó a la gélida nieve que cubría los alrededores de la vieja casa. Iba descalzo, pero no sentía frio; y aunque únicamente vestía un fino pijama de pequeños puntos de lánguidos colores el viento invernal no conseguía inmutarle. Caminaba paulatinamente, tomándose su tiempo para observar, para intentar entender. De repente, estando absorto en unos pensamientos que le ensimismaban, tropezó con una pequeña piedra negruzca y erosionada, que mostraba que el tiempo también pasa para ella y que los años la estaban consumiendo como si de una vela se tratase. Él pensó que estando la piedra tan vieja y habiendo estado aprendiendo del mundo tanto tiempo como lo había hecho, seguramente sabría algo de la Navidad, por eso decidió preguntarla. La piedra contestó: “La Navidad es generosidad, la generosidad es dar sin esperar nada a cambio, aunque a veces saber dar es más difícil que saber recibir, es dar antes de que se nos pida; como hace el agua, indirectamente nos da la vida y no espera nada a cambio, pregúntale a ella, seguro que sabe qué es la Navidad”.

Al cabo de unos minutos de su pausada marcha, llegó a un pequeño arrollo en cuya superficie había pequeños trozos de hielo que le daban un aspecto frígido. Se acercó lentamente, como si le temiese. Cuando ya estuvo lo suficientemente cerca para sentir temor por caer accidentalmente, se arrodilló y rozó con la yema de los dedos el agua que estaba siendo arrastrada por la fuerza colosal de la corriente. Sintió como el vello de sus brazos se erizaba con el contacto del agua, y con voz atemorizada debido a su carácter acoquinado, preguntó al agua que qué era la Navidad. Al oír esta su pregunta, la corriente hizo que el agua se moviera de forma vehemente, y que la voz que le contestase fuese tan enérgica que incluso hiciese temblar el suelo. El agua contestó: “La Navidad es solidaridad, es ayudar y poner tus capacidades al servicio de los demás. Hay que unirse no para estar juntos, sino para hacer algo juntos. Los árboles rebosan de solidaridad, nos cobijan cuando los sofocantes rayos del sol inciden con demasiada fuerza, sirven de casa para aquellos animales que necesitan un hogar, incluso te ayudan a ti a decorar tu salón en Navidad. Sí, seguramente ellos sepan más de la Navidad que yo, pregúntale a un árbol”.

Por lo que el niño siguió caminando hasta que su cuerpo cansado y exhausto le pidió un descanso. No muy lejos divisó un gran árbol que descollaba entre los demás por ser el único que mostraba hojas verdes y al que el invierno no le había despojado de su vestimenta. Se aproximó velozmente al robusto tronco de madera color ocre que sostenía el peso de la descomunal copa verdosa, y se sentó junto a él, apoyando sus azafranados cabellos en la corteza. Entonces fue cuando se le ocurrió preguntar al árbol si sabía algo de la Navidad. Y, mediante una musical y melódica voz este le contestó: “La Navidad es honestidad, es actuar siempre con la verdad y con la justicia; las nubes son honestas, mediante su color nos avisan si la lluvia puede caer sobre nosotros o si solamente están dando un paseo por el eterno cielo. Pregúntale a las nubes, seguro que ellas saben lo que es la Navidad.”

El pequeño niño estaba alborozado gracias al saber que le estaban otorgando y ávido de poder entender finalmente que era la Navidad, pues su corazón le decía que cada vez estaba más cerca. No obstante, pese a que había llegado muy lejos un obstáculo llamaba fuertemente a su puerta, no sabía cómo llegar hasta las nubes. Su ansiedad comenzó a engrandecer y por un momento su talante sosegado pareció transformarse en un temperamento impetuoso e impaciente. Súbitamente, una nube blanca bajó del cielo; él se acercó desconfiado y antes de subirse acaricio la nube que era tan suave que parecía de algodón. Se subió encima vertiginosamente y de manera aun más veloz, la nube le llevó hasta el cielo, desde donde todo se veía tan pequeño que parecía de juguete. En un espacio donde las nubes gozaban de tanta libertad que les era posible desplazarse a donde deseaban, él se figuro que las nubes habrían sido capaces de aprender en algún lugar qué era la Navidad. Decidió preguntárselo a la nube más pequeña, que era de un color relativamente más grisáceo que las demás. Esta le contestó: “La Navidad es perdonar, perdonar es el valor de los valientes, es mejor saber perdonar que perderlo todo por una tontería. Mira el sol, sabe perdonarnos a nosotras, las nubes; que le tapamos y ocultamos en numerosas ocasiones, e impedimos que sus ardorosos rayos lleguen con facilidad a la Tierra. Pregunta al sol que debe de saber qué es la Navidad”.
El niño se agarró firmemente de uno de los rayos emitidos por el rutilante sol, y este le llevó lo más cerca que pudo de aquella bola de fuego que desde la Tierra se veía como un esplendoroso circulo amarillento cuya periferia formaba una hermosa circunferencia anaranjada. Tenía que mantener los ojos cerrados ya que la luz era increíblemente cegadora, e incluso se introducía por la comisura de sus parpados lo que le producía una incomodidad constante. Finalmente se decidió a formular su pregunta al sol, por el cual era intimidado. Su voz era grave y áspera y estaba cargada de un sentimiento de seguridad y firmeza que era incapaz de pasar inadvertido. “La Navidad es amor, y el amor conquista todas las cosas. El amor es sentir, sentir el amor. El amor es desear ser amado. El amor es pedir ser amado. El amor es saber que podemos ser, darlo todo por otra persona. Amor es generosidad, es honestidad, es solidaridad, es saber perdonar, amor es Navidad.”

Entonces, una suave y sutil ráfaga de viento cálido y armonioso, envolvió al niño y le fue alejando lentamente del sol, dejando más tarde atrás a las nubes para llevarle a la ciudad, donde la gente se movía de forma caótica y confusa. Salían de grandes y voluminosos almacenes cargados de abundantes bolsas que contenían desde los más portentosos regalos a los más simples detalles; envueltos con papeles minuciosamente elaborados y decorados con imponentes siluetas y formas descritas de forma muy escrupulosa. Otros llevaban cajas que contenían numerosas exquisiteces navideñas, mientras que algunos niños se dejaban llevar por inocencia y simplicidad y jugaban con la nieve que solamente se dejaba ver durante estos gélidos y frígidos meses de invierno.
El niño miraba toda esta farsa y caótica situación desde lo alto, y en ese momento, su único deseo fue que ellos también pudieran entender algún día qué es la Navidad y su única aflicción, no poder enseñárselo él mismo.

De repente todo fue mucho más rápido. Se empezó a mover a velocidades inverosímiles e inconcebibles movido por el recio viento que súbitamente había comenzado a soplar. La ciudad, el campo, el árbol, el arrollo, incluso la piedra, y ya estaba en casa. Esa noche álgida de uno de esos inviernos sin piedad, en los que cuando el viento roza tu cara lo sientes como si de una estaca de hielo se tratase, él miraba por la ventana. Era como si se hubiese despertado otra vez de unos de sus sueños, poblados por seres fantásticos y vanas ilusiones. Pero no, esta vez no había sido así. Se levantó un momento para cerrar la ventana chirriante que aun seguía entreabierta. Navidad, algo que pocos entendían y muchos celebraban; sí, la dulce y blanca Navidad. Y la verdad es que cualquiera que le conociese y al que contase su aventura no se lo creería; pensaría que es otra de esas fantasías de aquel niño tímido, huidizo y de sueños utópicos. Pero no, esta vez no era así; simplemente porque nunca olvidaría la sensación que había recorrido su cuerpo cuando había estado tan cerca del cielo que había tenido la posibilidad de tocarlo.

Lucía López.
4º ESO.